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El autor.















23 febrero, 2010

—Cacería de Pingüinos— Cap. 6

—Encargo mortal—
Ese fin de mes, después de la fiesta en casa del “pulga”, el “tijera” viene al liceo a esperarlo a la salida de clases. Viene en un taxi “Lada”, bastante mal cuidado. Al volante se encuentra un hombre de unos 35 años, barbón, semi-canoso, de nariz aguileña. Invitan al “pulga” a subirse al vehículo, cosa que a Ricardo y a Rolando que lo acompañan, les llama mucho la atención. «Son los “drogos”», se dicen. El automóvil se introduce entre las calles adyacentes al colegio, perdiéndose de la vista de ellos. Se dirigen a un sitio eriazo, cerca de la línea del tren.

—Así que vo’ soi’ el famoso “pulga” –dice el hombre de barba, deteniendo el táxi, cerca de un garage mecánico, pasando desapercibido entre los muchos vehículos estacionados.

—Sí, pu’, yo soy... –responde el jovenzuelo, tratando de parecer “duro”–. ¿Y usted?

—Ja, ja, ja –ríe el hombre, por la “dureza” del mocoso–. Agrandao’ el “pingüino” ¿ah? –dice mirando al “tijera”, como pidiendo su opinión. El “tijera” solo se limita a sonreír.

—¿Y por qué te dicen “pulga”?

—El profe me puso así, por que dice que “hincho” mucho en clases, y dice que soy como “pulga en el oído” –sonríe.

—Mira, “pulga”. El “tijera” me habló muy bien de ti –dice condescendiente, mientras el “pulga” y el “tijera” cruzan miradas sonrientes–. El “trabajo” que hiciste para nosotros, el mes pasado, estuvo muy bien. Y se te pagó bien ¿verdad?

—Sí, me dieron cinco lucas...

—¿Cinco? Qué extraño... Yo te mandé diez –dice mirando al “Tijera”, quien lo mira extrañado, y solo atina a encogerse de hombros–. Encárgate que el “cabezón” corrija el error –dice dirigiéndose al “tijera”, quién asiente con la cabeza.

—Ahora, queremos que hagas unas entregas a unos “clientes” especiales que tenemos –continúa el hombre–. Si lo haces bien, puedes ganarte hasta cincuenta mil... ¿Qué te parece?...

—¿Cincuenta... mil? –responde el jovenzuelo, pensando que escuchó mal–. ¿En cada entrega?

—En cada entrega.

—“Concha”.

El hombre lo observa complacido. Sabe que para un muchacho de 17 años, ese es mucho dinero.

—“Cincuenta mil” –repite incrédulo y sonriente–. ¿Y por entregar unos papelillos a los bancarios?...

—Olvídate de los bancarios. Esto es mucho más importante.

—¿Ah sí?

—Por supuesto. Se trata de entregar un paquete muy valioso, al otro lado de la ciudad. El problema es que nosotros estamos siendo vigilados por los “ratis” –dice en tono confidencial, y mirando a su alrededor, como confirmando que nadie los haya seguido o los esté observando.

—¿Y qué hay en el paquete? –pregunta curioso, el jovenzuelo.

—Eso no te interesa, “pingüinito”. Solo debes saber que es muy, muy valioso. Si el paquete se pierde, nos vamos “cortaos’” todos juntos... ¿Entiendes?.

Un estremecimiento recorre la espina dorsal del “pulga”. Él entiende muy bien, lo que significa “irse cortado”. De pronto ya no le parece buena la idea de llevar el paquete. ¿Y si se pierde? ¿O si lo detienen los “tiras”?

—Supongo que no tendrás miedo ¿verdad? –dice el hombre, adivinando los pensamientos del jovenzuelo.

Es como si le dijeran “gallina”. Y él nunca ha sido un gallina. Aunque el "Pilo" a veces se complace en llamarlo "gallina", cuando no se atreve a secundarlo en alguna decisión disparatada, de esas que le gusta hacer a él. Eso es ser prudente, pero no "gallina". Después de todo llevar un paquete en la mochila, no llamará la atención de nadie. Se tranquiliza.

—No, por supuesto que nó –se apresura a enfatizar, mientras el “tijera” y el hombre se miran sonrientes. Han tocado la fibra precisa de amor propio del muchacho.

—¿Tu papá sabe que haces estos “trabajos”? –pregunta el hombre, mirando fijamente al muchacho.

—No tengo papá –responde.

—¿Y tu mamá?

—Ella no sabe. Cree que me gano la plata encerando casas.

—¿Ella trabaja? –pregunta hábilmente el hombre.

—Trabaja lavando ropa –responde casi avergonzado.

—¿Tienes más hermanos?

—Un hermano chico, el Claudio.

—“Ah”.

El, “tijera” y el hombre, se miran sonrientes:

«El pingüino perfecto».

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