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El autor.















23 febrero, 2010

—Cacería de Pingüinos— Cap. 10

—Palomitas de Maíz—


Al llegar al sitio convenido, se baja del taxibús y se dirige a la calle Poniente. No puede creer lo que ve... ¡Dos carritos de venta de palomitas de maíz! Uno a un lado de la calle, y el otro en la acera del frente. «'Diantres'... Esto no me gusta nada», –se dice en voz baja, emulando una típica frase, como uno de los mejores agentes secretos. De algo está seguro: Es cosa de observar, y sacar alguna deducción. Un "profesional" sabe salir de cualquier problema. Uno de los carritos, está siendo atendido por un individuo delgado, de unos 60 años, con cara de "Segismundo", con su rostro a medio afeitar, y una gorda "petiza", morena, también a medio afeitar (según Ricardo). Dos niños les compran palomitas... El otro, por un individuo joven de unos treinta años, bien afeitado, que se le queda mirando, con cara de "cliente". «Elemental, querido Wattson» –se dice sonriendo. Camina con seguridad hacia el individuo joven...

—"¿Tiene palomitas acarameladas?".

—¿Palomitas...¿quée?

—"Acarameladas".

—¿No será "confitadas"?

—No. "Acarameladas" –repite con cierta preocupación.

—¿Eres chileno, socio?... Aquí se dice "confitadas".

«Fallaste, "Wattson"».

—¿Qué dices?

—No, nada... Gracias –responde, cruzando la calle.

De pronto le asalta un mal presentimiento... «Esto tampoco me gusta» –se dice, nervioso, olvidándose de sus frases típicas...

—¿Qué quieres. hijo? –pregunta la gorda, con una sonrisa.

—¿Tiene... palomitas acarameladas? –responde casi con temor.

La sonrisa de la gorda desaparece por arte de magia. El hombre con cara de "Segismundo", inmediatamente se hace cargo de la situación...

—"No tenemos, pero si tu me traes azúcar... yo te las preparo" –responde el hombre, haciendo que el "Pilo" dé un suspiro de alivio.

—Mire, precisamente aquí tengo un paquete –agrega, aliviado, mientras saca el paquete de su mochila y se lo entrega al individuo.

—Qué bueno –dice la gorda–. Enseguida te las preparamos, espera un momento...

El individuo saca un teléfono celular, del carrito, y hace una llamada.

—"Llegó" –dice lacónicamente y luego corta.

Mientras la mujer finge estar preparando palomitas para el "Pilo", el hombre con cara de "Segismundo", examina el paquete, rompiéndolo un poco con la uña, por la parte de abajo, y luego llevándose la uña del dedo meñique a su boca. Luego hace lo mismo por la parte superior del paquete. Enseguida hace otra llamada...

—"Las palomitas están listas, se las envío con el muchacho" –dice, sin esperar respuesta, y luego corta.

En un cono grande, impreso con palomitas "Doña Soila", el individuo introduce un paquete rectangular, lo cierra con cinta adhesiva, y se lo entrega a Ricardo. Esto sorprende al muchacho. Nadie le dijo nada acerca de regresar con otro paquete.

—Aquí están tus palomitas, hijo. No se te vayan a caer –dice mirando fijamente al muchacho–. Supongo que sabes lo valioso que son las palomitas acarameladas. Cuídalas como si fuera tu vida, hijo. Guárdalas en tu mochila, y ándate derechito "pa' tu casa", a entregárselas a tu "papá".

—Sí, señor. Gracias.

Ricardo no puede evitar dar un suspiro de alivio. El "trabajo", con algunos contratiempos, había salido bien y de acuerdo al plan. Se sentía todo un "profesional". Seguro que en el cono de palomitas, debe ir el pago en efectivo por el “paquete”. Y deben ser varios millones de pesos, a juzgar por su tamaño. Ahora si son en billetes de a veinte mil, ¡Uf!, mejor ni pensarlo, para no ponerse nervioso. Repasa las siguientes instrucciones: Dirigirse al otro lado del estadio, y tomar uno de los taxis que están estacionados en el paradero. El chofer estaría fingiendo dormir, con la puerta semiabierta.

Las dos cuadras que lo separan del estacionamiento de vehículos de alquiler, le parecen eternas. Durante el camino examina meticulosamente a cada persona que pasa por su lado. Nada debe escapar a su vista "profesional". Al llegar al estacionamiento ruega no encontrarse con dos choferes durmiendo... Ya ha tenido bastantes sustos por hoy. Afortunadamente para él, solo hay uno que duerme, o al menos parece hacerlo...

—¿Quieres taxi, cabrito? –pregunta uno de los choferes, al percatarse que el joven se acerca a los vehículos.

—No, gracias. Ya tengo táxi –responde acercándose al chofer que "duerme".

—Pa' qué vai' a despertar al colega, pu' cabrito, yo te puedo llevar –insiste el chofer.

—No gracias. Me quiero ir en este taxi...

—Bueno, si quieres arriesgarte a que el colega se "choree" por haberlo despertado... es cosa tuya.

—Disculpe, –dice con seguridad, despertando al chofer–. ¿Me puede hacer una carrera especial?

—¿Ah?, hola, "perico". ¡Churra, me quedé dormido! –dice, rascándose la cabeza con las dos manos, poniéndose de pié–. ¿"Te mandó don Jacinto"?

«Por fin».

—Sí. Dijo que usted me iba a llevar, y que después el arreglaba con usted...

—Ni un problema, amigo. "Don Jacinto" es buena paga —dice sonriendo, mientras le abre la puerta trasera.

El taxi cruza la ciudad a gran velocidad. Al llegar a cierta avenida, se detiene para "subir pasajeros". El hombre de la barba y el de terno suben al auto, dejando a Ricardo en medio de los dos.

—¿Traes las "palomitas"? –pregunta el de barba.¬

—Sí, aquí las tengo –responde el muchacho, abriendo su mochila y entregando el cono al hombre–. Nadie me dijo que me iban a entregar plata...

El de barba sonríe, sin responder.

«Me están probando». En todo caso, jamás habría pensado en quedarse con el dinero... ¡Ni loco!, todavía es muy joven para ser “animita”.

Mientras el taxi se pone en movimiento nuevamente, el de barba abre lentamente el envoltorio, sacando del interior, varios fajos de billetes de diez y veinte mil. Ricardo nunca había visto tanto dinero junto. Sus ojos bailan de un lado a otro. Se imagina que el de barba le pasa uno de los fajos para él solo. ¡Qué no se compraría con esa plata! Tendría su propio estereo "a todo chancho". Una moto "Yamaha" de "1200 cc"; una guitarra eléctrica, ¡qué una guitarra!, ¡Toda la banda completa!... La voz del de barba lo baja de sus sueños...

—"Está todo" –dice parcamente.

—"Bien" –responde el de terno. Parece que todo salió bien.

—Hiciste un buen trabajo, "pingüino" –le dice el de barba, sacudiendo la cabeza del muchacho, en forma afectiva–. Parece que seguiremos haciendo negocios juntos...

«¡Al fin en las "ligas mayores"!»

—Aquí está lo convenido –dice el de terno, entregándole un sobre abierto– Cuéntalo...

—No es necesario... Estamos entre caballeros –responde guardando el sobre en su mochila, y exhibiendo su mejor sonrisa de agente secreto. Los dos hombres cruzan miradas sonriendo.

Fue cuando estaba pensando en la cara de envidia que iba a poner el "pulga" cuando viera lo que había ganado en un solo "trabajo", cuando sonó el celular del hombre de terno...

"—¿Sí...?

"...¿Está seguro?... –lo dice lentamente, con mucha tranquilidad

"...¿Porqué lo dice...? –no se inmuta.

"...No,... usted sabe que no es mi estilo...–dice sin perder la calma

"...Está bien, tráigamela a la funeraria... Adiós. –Su rostro inmutable, no refleja ningún sentimiento.

Fuera lo que fuera... suena terrible. Ricardo empieza a "pasarse cualquier rollo", como dice él. No sabe si tirarse del auto o esperar un balazo en la cabeza. Nuevamente siente correr unas gotitas de transpiración por su espalda. Si su estómago sigue subiendo y bajando como la ha estado haciendo durante todo el día, fijo que va a vomitar.

—¿Qué pasa? –pregunta el de barba.

—"Problemas" –dice por toda respuesta, el de terno.

—Necesito que nos acompañes a conversar algo –dice el de terno a Ricardo. Luego ordena al chofer que los lleve a la “funeraria”.

El pánico parece apoderarse del muchacho, quién solo atina a mirar hacia un punto lejano e indefinido, con sus ojos desmesuradamente abiertos. ¿Qué puede haber pasado? Las posibilidades comienzan a desfilar por su cabeza: ¿Alguien los vio en el “fliper” y los delató? Pero entonces no calzaría la frase “usted sabe que no es mi estilo”, que dijera el de terno por el celular... Y eso de “la funeraria”, ¿será un lugar, o una manera de decir : “conviértelo en “finado”?. Entonces qué significa el que haya dado la orden por celular “Tráemela a la funeraria”. ¿Los habría traicionado la gorda de las palomitas, y la van a convertir en “fiambre” y quieren que él les informe algo raro que ella hubiera hecho?. No vio nada extraño en la gorda. Es más, se comportó amable con él. ¿Y por qué le dijo al chofer “llévanos a la funeraria”? ¿Querrán llevarlo a algún terreno baldío donde le van a meter “dos tunazos”?. ¿Pero, porqué? Él entregó el paquete conforme. El cara de “Segismundo” incluso probó la “mercadería”, y la encontró bien. Y luego está el asunto del dinero... Él nunca pensó quedárselo. A pesar que en vez de haber ido a buscar al taxi, podría haberse ido por otro lado y no devolverlo. Pero eso habría sido estúpido. No habría llegado muy lejos, y tal vez ya estaría finado para esta hora. O a lo mejor no hay nada extraño, y lo que quieren es hacer desaparecer toda evidencia, y consideran que él “sabe demasiado”, y por eso se lo van a “echar”. Pero entonces para qué tomarse la molestia de entregarle el sobre con los cincuenta mil, si igual se lo iban a “despachar”. Y ¿qué significa el llamado que recibió el del terno?... Después de todo fue eso lo que les hizo cambiar los planes de dejarlo ir, a interrogarlo o ... no entiende nada... Trata de recordar qué mas dijo el del terno cuando hablaba por celular... «¿Por qué lo dice?». ¡Sí!, dijo: “Porqué lo dice...” Por qué dice ¿Quién?, y ¿qué cosa es lo que dice?... ¿Quién llamó por celular al de terno? “¡Bingo!”, ¡Tiene que ser el “cara de Segismundo”!... Él lo llamó dos veces en su presencia. Para informarle que él había llegado, y que le estaba enviando “las palomitas”. «Elemental, mi querido...» Ah, ¡cállate “Cherloc”!, está demasiado asustado para jugar a los detectives. ¿Pero para qué lo llamaría, si la transacción había sido un “éxito”?. Algo le dice que muy pronto lo sabrá... El vehículo entra por unas calles adyacentes al centro comercial, y se detiene frente a una funeraria... ¡Una funeraria!... Bien. Por lo menos la funeraria es un lugar verdadero. Pero por alguna razón, eso no lo hace sentir más tranquilo. Los dos hombres bajan del vehículo, e invitan a hacer lo propio al muchacho. Miran a su alrededor. Tal vez sea lo último que vea... No deja de pensar en lo irónico de su situación. Después de todo, lo pueden sacar en un cajón, y nadie se extrañaría... ¡Es una funeraria! Y de ella salen cadáveres en cajones todo el tiempo.

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