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El autor.















23 febrero, 2010

—Cacería de Pingüinos— Cap. 8

— En las Ligas Mayores—

En su casa, Ricardo inventa una excusa para llegar más tarde. No le cuesta mucho convencer a sus "viejos" que va a acompañar a Camila a ver al médico. Sus padres hasta se alegran que esté mostrando algún grado de responsabilidad. Antes de acostarse esa noche, pasa largo rato frente al espejo con sus anteojos de sol, haciendo "poses" de "duro". Subiendo el cuello de su camisa y peinando y despeinando descuidadamente su chasquilla. Ensayó, varias veces, cómo sacar su cortaplumas rápidamente del bolsillo trasero. Incluso desafió, con voz grave, a muchos contrincantes imaginarios que lo cercaban desde todos lados. Luego, agazapado tras su cama, dio cuenta a balazos, de tres "drogos" que lo venían siguiendo.

A la mañana siguiente, apenas pudo esperar a engullir el desayuno y salir "abriendo". Habían asuntos "demasiado importantes" que lo esperaban a la salida del colegio. Le informó a su mamá que almorzaría en el colegio. Impaciente esperó el término de clases, y pidió permiso para retirarse un poco más temprano, según lo convenido con el "tijera". Claramente el "tijera" le había advertido que nadie, ni siquiera el "pulga" debía saber qué dirección tomaba, o para qué lado debía llevar el "paquete". A la salida del liceo, se preocupa de mirar hacia todos lados, para descubrir si alguien lo está siguiendo, tal como lo había visto hacer en una película de "gansters". Camina unas seis cuadras hacia el sector alto, y se introduce en un callejón previamente indicado por el "tijera". Claro, como se considera "profesional", antes de entrar en el callejón, se asegura que nadie lo esté viendo. Si no es ningún "gil". El taxi "Lada" se encuentra estacionado, cerca de la esquina, con la tapa del motor abierta, mientras el "tijera" finge estar reparando una pana. Con un ademán, el hombre de la barba, le indica que suba. Le acompañan, el hombre de terno y otro individuo alto, al cual el "pilo" encuentra pinta de "matón". Le llama la atención no ver al "cabezón".

—Sube, "pingüino" –dice el de la Barba.

El "matón" se baja del asiento, para dejar a Ricardo en medio de los dos hombres. Un fuerte olor a tabaco sale de la boca del "matón", quien lo mira insistentemente, mientras dura la conversación.

—Me informaron que tú nos vas a hacer el "transporte"... Dice calmadamente el de la barba.

—Sí, pu' –responde ufano, el jovenzuelo, tratando de parecer "duro" y experimentado.

—¿Cuántos años tienes?

—"Diecisiete".

—Representas menos...

—Es que soy bajo de estatura.

—¿Ah sí?

—Sí, pu'.

—¿Sabes lo que tienes que hacer?

—Sí. El "tijera" me lo explicó too'.

—Repítelo...

—Debo llevar el paquete que ustedes me van a entregar, hasta el otro lado de la ciudad, en la población Norte, en la Avenida Oriental con Poniente, al lado del estadio Comunal. Ahí debo ubicar a unos vendedores de palomitas de maíz, decirles el santo y seña...

— "Repítelo"...

—"¿Tiene palomitas acarameladas?" y él debe decir: "No pero si tu me traes azúcar... yo te las preparo". Ahí le entrego el paquete.

—¿Y si él te dice "No, no vendemos palomitas acarameladas, pero tráeme otro día azúcar y entonces te las puedo preparar"?...

—Significa que hay "ratis" observando. No saco el paquete y me regreso donde ustedes.

—Te aprendiste bien las instrucciones. Bien.

— «Soy profesional».

—¿Ah, sí? ¿Haz hecho otros trabajos como éstos?.

—Chis' varias veces, pu'.

El "tijera", que ha escuchado el comentario, esboza una sonrisa irónica, mientras sigue fingiendo que repara el vehículo.

—Bien. No olvides que debes tomar un taxibús línea 22, y ...

—...Y bajarme en el correo –interrumpe el "Pilo", deseoso de demostrar que se las sabe "todas"–. Luego tomo una línea 35, para despistar, y sigo hasta el paradero 15 de la Avenida Oriental. Ahí me bajo y busco la calle Poniente.

—Está bien. Ya me demostraste que tienes buena memoria —dice el de barba–. Vamos a ver si ahora haces un buen trabajo. Puedes ganar mucha plata con nosotros si trabajas bien, chico. –El "Pilo" sonríe, mientras se imagina limpiando su equipo "estereo" cuadrafónico, tocando a «todo chancho».

—Toma, éste es el paquete –dice el hombre de terno, pasándole un paquete de aproximadamente medio kilo, muy semejante a los que venden en los supermercados.

Antes de permitir que el muchacho lo tome, el de barba lo abre por la parte de arriba, extrayendo, con sus dedos, una pequeña cantidad de un polvo blanco, que se lleva a la boca. Después de saborearlo, da a probar otra pequeña cantidad al de terno.

—Está correcto –dice el de barba al hombre de terno–. Estamos entre caballeros.

El "Pilo" guarda cuidadosamente el paquete en su mochila, cerrando el cierre. Y emulando a algún personaje de esas películas que gusta de ver, se baja del automóvil diciendo a modo de despedida...

—"Caballeros?..."

El "matón", baja del automóvil, sonriendo ante la candidez del jovenzuelo, permitiendo que éste baje arrugando la nariz por el fuerte olor a tabaco del aliento del hombre.

Ricardo dobla la esquina de la calle por la cual llegó, perdiéndose de vista. El "tijera" baja el capó del automóvil y se acerca a la ventanilla del hombre de barba.

—Ya sabes lo que tienes que hacer –dice lacónicamente el hombre.

El "tijera" asiente con la cabeza, dirigiéndose por la misma dirección en que se fue el muchacho.

—Supongo que no lo perderás de vista... ¿Verdad? –dice el de terno.

—¿Por quién me tomas? –responde casi ofendido, el de barba–. El "tijera" lo sigue en la citroneta. Tengo otro cerca del correo, que se va a asegurar que tome la locomoción correcta.

El de barba sonríe.

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