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El autor.















31 mayo, 2010

—Cacería de Pingüinos— Cuento. Cap. 15

—Pisando las nubes—
Cap.15

El taxi se acerca donde está el "Pilo". El hombre de terno abre la puerta trasera invitándolo a subir.

—Hola, muchacho –le saluda con jovialidad–. Qué bueno que te encontramos afuera. Pensábamos que iba a ser difícil hacerte salir de clases. Pero ya estás aquí.
—¿Qué pasa? ¿ No íbamos a juntarnos después de clases?. –pregunta intrigado el muchacho, mientras el vehículo se pone en movimiento hacia la parte alta de la ciudad.
—Es que las cosas se resolvieron antes de lo que pensábamos. En realidad tenemos poco tiempo, y hay muchas cosas que tenemos que hacer aún –dice sonriendo el hombre.
—Ah, qué bueno –dice candidamente el muchacho–. ¿Ya se supo quién...?
—¿Quién nos traicionó, dices?, Oh, sí. Ya se supo ¿verdad socio? –pregunta el hombre, al de barba. Éste solo responde con una mueca disfrazada de sonrisa.
—¿Y quién...?
—Bueno, antes de decírtelo, queremos probar algo, para quedar tranquilos –dice mirando fijamente al muchacho.
—¿Qué cosa?...–pregunta nervioso, con un mal presentimiento.
—Resulta que "el tijereta" y su amigo, "el cabezón", andan diciendo por ahí, que tú tienes pensado trabajar con la "competencia"... ¿Es verdad eso?...
—¿Eso dijeron? –responde intrigado Ricardo–. Pero si yo no conozco a nadie más que a ellos. Yo le he "piloteado" con unos bancarios y nada más.
—Para que tú veas la clase de amigos que son...
—Ellos no son mis amigos –dice el muchacho, adivinando que algo raro pasa. De pronto saca conclusiones del hecho de no ver al "tijera" con los hombres. Atento al giro de las palabras del hombre de terno, cuida sus respuestas.
—¿Ah, no? –dice sutilmente el hombre–¿Y por qué?.
—No me gusta hablar de otras personas cuando no están. –dice astutamente, mientras observa la reacción a sus palabras en los dos hombres. Estos solo cruzan miradas.
—Eso es muy leal de tu parte, hijo. Pero créeme. Ellos no merecen tu lealtad.
—No es lealtad –dice– Es ser "profesional"...
—Ja, ja, ja. Quieres llegar lejos, ¿verdad? –responde divertido el hombre, por las respuestas del muchacho.
—Ojalá. –responde el muchacho.
—Entonces, escucha, muchacho –dice el hombre, cambiando el tono de la voz–. Te voy a dar una sola oportunidad. Así como en un juego de "acierte y gane" ¿Qué te parece?. Si tu respuesta me satisface, trabajarás con mi socio, aquí presente. Y te aseguro que ganarás mucho dinero, porque veo que, aunque eres un "mojón" "agrandado" e impertinente, tienes algo a tu favor. : Eres muy inteligente, y de eso me doy cuenta muy bien. Estás midiendo tus respuestas para acomodarlas a los acontecimientos. Pero por otro lado, si tu respuesta no me satisface, llegamos hasta aquí no mas, los dos. Y no me responsabilizo por lo que te pueda pasar. Tú sabes que hoy día hay mucha gente mala... De pronto te pueden asaltar en la calle, y nosotros no podríamos darte protección. ¿me entiendes, "mojón agrandado"?
—Sí, claro... «Entiende muy bien, por algo está en las "ligas mayores"»
—Excelente. Ahí va la pregunta del millón: ¿Qué - pasó - en los "flipers"?. Cuidado con tu respuesta, no te apresures en responder –dice mostrando su dedo índice–. Y... no te puedo "repetir la pregunta", ja, ja, ja.

Ricardo se siente desnudo ante la habilidad y experiencia del hombre. Se da cuenta de que nada de lo que diga, podrá engañarlo. Así es que opta por decir la verdad... "Toda la verdad... y nada mas que la verdad". Por lo que pasa a relatar, a los dos hombres, todos los acontecimientos en el "flipers", sin omitir nada. Los hombres se miran uno a otro. Finalmente el de barba, que hasta este instante a permanecido en silencio, pregunta...

—¿Y porqué no nos dijiste eso, desde el principio?
—Es que el "tijera" me tiene amenazado, que si digo algo, me va a "liquidar" –dice, produciendo una sonrisa en el hombre de terno, ante el empleo de palabras tan de películas.
—Créeme, hijo –dice el de terno–. Ellos ya no podrán hacerte nada...

Ricardo siente como si lo jalaran del cabello. Nadie tiene que decirle lo que eso significa.

—Bueno, hijo –dice el de terno, con una amplia sonrisa en su rostro, que incluso le hace parecer angelicál–. Tu 'reespuesta' ha sido acertada. Por lo que aquí está mi mano, y la de mi socio. Haremos negocios por mucho tiempo. ¿Qué te parece?

El jovenzuelo parece pisar las nubes... ¡Los "narcos" de las "ligas mayores" le hacen socio en el negocio! Casi no cabe en sí de contento. El taxi lo lleva de regreso al liceo dejándolo cerca de las inmediaciones del colegio. Al bajar del vehículo, el hombre de terno le toma de la muñeca...

—Una última cosa, "socio" –dice con voz firme.
—¿Sí? –pregunta intrigado e impaciente por contarle al "pulga" sus "aventuras" y el feliz final.
—Tienes que dominar esa "bocota" suelta que tienes, "mojón". Algún día te va a meter en graves problemas. Aprende a ser cuidadoso con lo que dices, y sobre todo a quién se lo dices. No quiero que comentes con nadie el trato que tenemos contigo. ¡Con nadie! ¿Está claro? Nuestros "finiquitos" de contratos, son "lapidarios" ¿entiendes? ja, ja "lapida-rios", ja. ja. ja

«Sería un absurdo preguntarles, si se lo podría contar a su mejor amigo, ¿verdad?»

Pasó cerca de un mes antes de atreverse a contarle los sucesos al "pulga", y solo lo hizo por que lo "hinchó" hasta el cansancio, y porque le prometió "por lo mas sagrado" que tiene, de no divulgarlo con nadie, ni siquiera con rolando ni el flaco. Para ellos, el solo sería un "pulguiento" revendedor de "pitos" en le escuela.

Los trabajos "profesionales", pronto comenzaron a producirle dividendos. Tuvo que abrirse una libreta de ahorro para no llevar tanto dinero a su casa y despertar las sospechas de sus padres. Finalmente se le ocurrió la brillante idea, de inventar un amigo "cuico", cuyo papá trabaja como gerente de una minera. Y claro, como su amigo tiene mucha plata, se deshace de ropa que ya no le gusta, y no haya nada mejor, que regalársela al "pobre de Ricardo", que con mucho sacrificio de su parte, "tiene" que aceptarla. «No querrás que mi amigo se ofenda, ¿verdad?». Lo extraño de todo esto, es que, contrario a lo que él esperaba, el "pulga" no se puso envidioso, ni mucho menos. Al contrario parece que estuviera feliz manteniéndose al margen del "negocio" grande. En las noches sigue soñando con ser un jefe grande del "negocio". Se ve rodeado de "sirvientes" que le rinden pleitesía.

Lo malo es que la naturaleza tira, y como dicen por ahí, "el leopardo no puede borrar sus manchas", ni Ricardo puede mantener la "bocaza" cerrada. Su dinero va en aumento junto con su fanfarronería, y no puede resistir ufanarse de sus chaquetas de $ 60.0000, o sus zapatillas con amortiguadores y luces de presión. Además se ha hecho de muchos amigos que lo buscan para ser invitados a fiestas "bien regadas" (Incluso algunas con compañía femenina de "dudosa" procedencia).


—Epílogo—


Uno de esos días, pletóricos de fanfarronería y pródigos en gastar a favor de sus amigos, Ricardo se "escabulle" antes del término de clases como siempre, por la parte trasera del liceo. Un viejo vagabundo se le acerca...

—Oye, "pingüino", me han dicho que tú vendes "monos" –dice con voz "aguardientosa"– ¿Me puedes vender un mono por quinientos pesos?
—¿Qué te hai' imaginao', viejo "piojento", "roñoso"?, ¿Creí' que yo soi' Institución de caridad? Además ¿sabís vo´ con quién estai' hablando, viejo "tiñoso"?
—No... ¿Con quién estoi' hablando, si se puede saber?...
—Vo' estai' hablando con el "Pilo", compadre. ¿Sabís quién es el "Pilo", loco?
—No, no sé...
—El "Pilo", pa' que vayai' sabiendo, es el 'capo' de aquí, loco. ¿Sabís que si yo quisiera, mando llamar a mis "matones", y te meten dos "tunazos" en la jeta, y te vai' cortao', loco? Así es que mejor no te metai' conmigo, viejo "tiñoso", y échate el "bloiler" no más.
—Putas' no seai' malo, pu' "pingüinito". Qué te cuesta... uno más que sea, ¿No vis' que ando "angustiao"?
—Ya, ya córrete no más, viejo "apestoso". No me quitís' más tiempo, mira que tengo negocios muy importantes que hacer ahora... vírate no más, antes que pierda la paciencia, y te mande "cortao".

El muchacho se aleja, hacia la parte alta del barrio frente al liceo, perdiéndose entre las calles adyacentes, luciendo su chaqueta de cuero y piel, que le "regalara su amigo millonario", y sus zapatillas "olímpicas".

El viejo, se le queda mirando en silencio, hasta que el muchacho se pierde de vista. Luego cruza la calle, rengueando y tosiendo. Hace detener un taxi, y se sube en él, lo que causa las risas curiosas de los "pingüinos" que esperan locomoción colectiva...

—¿Cachaste' el viejo "atorrante"? Chis' nosotros nos vamos en taxibús, y él se va en taxi... ja. ja. ja. ¿Cómo dicen que no hay prosperidad en este país?, ja, ja, ja...

Los periódicos de la mañana, dan cuenta del alza del costo de la vida. Destacan el triunfo de otro país sobre nuestra selección nacional de fútbol. Un diario sensacionalista y popular, sin embargo, destaca una noticia policial.:

"PINGÜINO ENCONTRADO MUERTO CERCA DE SU LICEO: LE ROBARON SU CHAQUETA Y SUS ZAPATILLAS" –Las autoridades están preocupadas por el aumento de la delincuencia juvenil. "¿Quién protege a nuestros hijos?", pregunta madre desconsolada. La policía reconoce que últimamente los ataques a los jóvenes estudiantes, se ha convertido en una verdadera "cacería de pingüinos". Vea detalles en páginas centrales... "


—F I N—

—Cacería de Pingüinos— Cuento. Cap. 14

—Bailando con la muerte—


Cap. 14


Antes de eso, temprano en la mañana, el tijera y el " cabezón" ingresan a la funeraria, escoltados por el "matón aliento de tabaco". El hombre de terno, les hace pasar al despecho principal, invitándoles, con un gesto, a sentarse en el sofá. Ël, y el "agazapado", permanecen de pié.

—Seguramente les extrañará que los haya hecho venir tan temprano –dice el de terno, mientras el "agazapado", a medio sentarse en el escritorio, guarda silencio y solamente se limita a observar.
—La razón es que nos gustaría aclarar algunos asuntos temprano, para así tener más tiempo para efectuar algunos "ajustes" –continúa el hombre, mientras los dos delincuentes cruzan miradas.
—Usted dirá –dice el "tijera", manteniendo su desfachatada tranquilidad.
—Ustedes dijeron, que cuando el "pingüino" entró a los "fliper", lo hizo acompañado de un muchacho, ¿verdad?.
—Sí, claro –responde el "tijera", intercambiando miradas con su cómplice.
—Mi problema es que el "piloto" dice que eran dos, los amigos que entraron con él –dice el hombre, mirando de reojo a los delincuentes, para ver su reacción.
—¿Dos? –pregunta el"tijera", con cara de sorprendido– Qué extraño. Yo solo vi a uno. Incluso me recuerdo bien, que tenía un bolso rojo con algo dentro, porque se notaba que era medio pesado...
—Tal vez el otro estaba dentro, o llegó después –continúa el hombre, encendiendo un cigarrillo.
—Tal vez –repite el delincuente.
—¿Y tú, qué crees, "Francisco"? –pregunta en forma intempestiva, al otro delincuente.
—¿Yo? –responde algo sorprendido de ser consultado sobre lo mismo.
—Sí, tú... ¿Estabas afuera, observando, ¿verdad?.
—Sí, pu'... Yo no sé si se encontraría con otro gallo adentro'. Yo solo vi que, después, el del bolso rojo salió primero, y después salió el "curao'".
—¿El hombre borracho que mencionaste ayer?
—"Seguro", pu'.
—¿Se fueron juntos el del bolso rojo y el borracho?...
—Ah, no. El "curao'" cruzó pal' frente, y se hizo como el que dormía en un banco de...
—¿Cómo lo sabes?...
—¿Qué cosa?...
—Que se hacía el dormido –pregunta suspicazmente el hombre, sentándose en uno de los sillones, mientras el "tijera" da una mirada fulminante al "cabezón".
—Ah, bueno, no sé pu'... supongo...
—¿Y qué te hace suponerlo?...
—Bueno, no sé... me pareció que estaba "cachando" con un ojo pa' los "fliper"...
—¿Ah, sí?
—"Seguro". ¿No ve que yo lo estaba "cachando" con los largavistas? –responde, muy seguro de sí mismo.
—¿Y porqué querría hacer eso?... –nueva mirada fulminante del "tijera".
—Ah, no tengo idea, pu –responde el "cabezón", produciendo un disimulado suspiro de alivio de su cómplice. «Aquí hay que hacerse el "gil"».
—¿Crees que él le haya cambiado el paquete al "pingüino"?
—¿Usté' cree? –responde el "cabezón", con su mejor cara de "gil".

El hombre no responde. Se limita a intercambiar miradas con el de barba y a sonreír. Para el "tijera" ese intercambio de miradas, aunque le intranquiliza, no le hace perder su compostura. Sabe que no tienen nada. Además es la palabra del "pingüino" contra la suya. Y él es el "mano derecha" del "agazapado".

—En realidad todo lo que han dicho no concuerda para nada con lo que se me dijo –dice tranquilamente el de terno, esbozando una mueca que quiere parecer sonrisa... Los dos delincuentes se miran preocupados, pero sin perder la calma...
—¿Ah, no? –pregunta el "tijera", con su mejor "cara de palo"– ¿Qué le dijo el "pingüino?...
—Se me dijo –responde con una calma desesperante para los delincuentes–, que nuestro amigo "Francisco", aquí presente, es el misterioso "amigo" del bolso rojo...
—¿¿¡Quée!?', Oiga, espere, yo... –interrumpe molesto el "cabezón".

El de terno se acerca al delincuente, y apaga su cigarrillo encendido sobre la mano de éste, sujetándolo fuertemente por la muñeca, ante el asombro del "tijera".

—A - mí - nadie - me - interrumpe - cuando - hablo –dice calmadamente., ante la cara de dolor del delincuente.

El "tijera " mira insistentemente al "agazapado", esperando su intervención. Pero éste permanece inmutable...

—Me imagino que ahora podré continuar con mi "exposición". –dice tranquilamente el hombre, mientras los delincuentes se conforman con enviarle una dura mirada.
—Decía, –continúa–, que se me dijo que el señor "cabezón" aquí presente, es el misterioso amigo del bolso rojo. También se me dijo que ambos, es decir, el señor "cabezón" y el señor "tijereta", entraron al baño de los "fliper" en compañía del "piloto". Y que mientras el señor "tijereta" entraba a conversar con el "pingüino", por unos cinco minutos, el señor "cabezón", que se había quedado supuestamente a vigilar la puerta del baño, cambiaba tranquilamente el paquete "legal", por otro ingeniosamente modificado...

En este punto, el "tijera" hace un intento de intervenir, cosa que es inmediatamente controlado con un gesto de mano, por el "agazapado", quien le invita a permanecer sentado con otro gesto.

—Luego –continúa explicando el de terno–, el amigo "cabezón" se deshace del bolso rojo, y entra a un urinario público donde se cambia de ropa. ¿voy bien? –pregunta irónicamente el hombre, ante la mirada de pavor del "cabezón" y la actitud desfachatada del "tijera", quién aún se cree dueño de la situación.

«Maldito "pingüino" 'avispao'. Sacó sus propias conclusiones y se le rajó el "hocico" con el viejo "gil"» «De hoy día no pasa, y va a tener que dormir en el cementerio, pero ¡bajo tierra!»

—¿Me permite?... –pregunta tranquilamente el "tijera".
—Adelante señor "tijereta" –dice con ironía el hombre– escucho su explicación...
—Si usté' va a querer creer a lo que le dice el "pingüino", en vez que a nosotros, es asunto suyo. Pero aquí el jefe, nos conoce bien. Y sabe que nosotros no le haríamos una mariconá' así.
—¿Quieres decir que el muchachito urdió todo esto, y se pasó a llevar a dos "avezados" "profesionales? Por favor... –dice el hombre, en tono de decepción.
—A lo mejor el plan lo hizo un gallo de la competencia –responde alterado, el delincuente–, y entrenó al "pingüino" pa' que nos metiera la "mula". Además ese "mojón", no es tan "gil" como usté' cree. Ha hecho trabajos profesionales pa' otra gente, incluso para nosotros...
—¿El "pingüino", un "profesional"?, Ja, ja, ja. Ese niñito lo único que tiene de "profesional", es su bocaza. Se cree agente secreto o algo así, ja, ja, ja Pero es inofensivo. Te lo puedo garantizar... Yo a los "profesionales" los reconozco de lejos. Y tú eres un "profesional"... Estamos determinando si lo eres para trabajar derecho, o para apuñalar por la espalda...

Los dos delincuentes intercambian miradas, en silencio. Hasta este punto, el "agazapado", ha disimulado bastante bien la sorpresa que significaron para él, las acusaciones del hombre de terno contra su gente.

—¿Y si el "curao" se arregló con el "pingüino" y ahora nos quieren cargar el muerto a nosotros? –se atreve a insinuar el "cabezón" presa del nerviosismo. El "tijera le hace un gesto disimulado, para que guarde silencio.
—¿El borracho? –pregunta tranquilamente el hombre–. No, eso es imposible...
—¿Y porqué va a ser imposible? –protesta el "tijera"–. Incluso pudo haberse arreglado con el gallo de las palomitas , o con el otro gallo de enfrente que también vendía palomitas. Acuérdese que usté' mismo dijo que era mucha coincidencia que hubieran dos gallos vendiendo palomitas al mismo tiempo ...
—Sí. eso dije –responde tranquilamente, el hombre–. Y me extraña que a un "profesional" como tú, no le hubiera llamado la atención.
—Bueno, no siempre uno anda "avispao'". Uno puede equivocarse... ¿o no?
—No lo discuto –dice el hombre, mirando significativamente al de barba– Sin embargo entonces me pregunto,: ¿Qué rayos tiene que ver en todo esto el "amigo" del bolso rojo, y que según me han informado, es nuestro amigo "cabezón" aquí presente?.
—¿Puedo contestar?... –pregunta con cierto temor el aludido, temeroso de recibir otro "apagón de cigarro" en su mano.
—Sería muy interesante escucharlo, señor "cabezón".
—Primero, el "pingüino" está tratando de salvarse diciendo que yo soy el del bolso rojo, cuando...
—Yo no he dicho que haya sido el "pingüino", quien me lo dijo –responde sonriendo, como disfrutando de la ocasión–. Es más, ni siquiera le he preguntado nada al respecto al "bocaza".
—¿Ah, no? –pregunta el "cabezón" casi atragantándose con su saliva.
—No.
—Entonces... ¿Quién...? –dice el "tijera", casi temiendo preguntar., mirando interrogativamente al "agazapado". Éste, igual de sorprendido, solo se limita a mirar con sorpresa al de terno.
—¿En verdad quieren saberlo? –dice el hombre, dirigiéndose hacia la puerta de la habitación con paso misterioso, y casi a punto de echarse a reír.
—Puedes entrar —dice, llamando a alguien que se encuentra fuera de la habitación.

El "tijera" y su compinche observan, con ojos desmesuradamente abiertos, hacia la puerta, previendo su destino en los acontecimientos que se desarrollan ante ellos. El "agazapado" hace lo propio, sumamente intrigado, ya que todo lo que está sucediendo no le fue anticipado por su socio de terno.

¡Simplemente no pueden creer lo que están viendo!. Al grado que sus mandíbulas inferiores no pueden mantenerse en su sitio, y caen cual puertas vencidas ante la atroz evidencia. Allí, delante de los apavorados delincuentes, se encuentra el "borracho", con el bolso rojo en una mano y mirándoles sonriente, con una botella de vino a medio tomar, en la otra.

—"Me estoy muriendo de tuberculosis" –dice sonriendo el "viejo"–. Vengan, vengan a "bailar con la muerte", ja, ja, ja...

El rostro desfigurado de los dos delincuentes, se congela de pánico. Casi a punto de ahogarse con su propia saliva, el "tijera" trata de gesticular algo...

—Él... él... no...
—¿No es digno de crédito, tratas de decir, "tijereta"? No te preocupes. Ya lleva diez años trabajando conmigo. Y a diferencia tuya, él no acostumbra a dar puñaladas por la espalda, y menos a su jefe. Nunca está demás tener un actor entre tu gente, ¿verdad que sí? Ja, ja, ja. Ah, me olvidaba decirles que además es polifacético. También sabe interpretar el papel de vendedor de palomitas de maíz, Ja, ja, ja... Jaa, ja, ja, ja, ja...

La risa burlona del hombre de terno resuena en la habitación, y parece venir del fondo de un extraño cuento de terror...





Fin del Capitulo 14


—o—

—Cuentos de Pingüinos— Cuento. Cap. 13

—Los “vivos” y los tontos—
Cap.13


En una casa de una población, al norte de la ciudad, el “tijera” y el “cabezón”, celebran...

—¿Creís’ que nos creyeron, “tijera”? –pregunta el “cabezón”, recostado en un camastro, tomando una cerveza...
—¿Y tenís’ dudas, “cabezón”? ¿No viste como el “gil” se las mandaba de “avispao’”, tratándonos de “giles” a nosotros?, Ja, ja, ja. No sabe que el “gil” es él. Viejo “chalao’”. –responde el “tijera”, dando un largo sorbo a su tarro de cerveza, sentado en una silla vieja, con sus pies sobre la mesa. Una docena de cervezas en tarro descansan en el refrigerador.
—Oye, ¿creís’ que se vayan a “echar” al “pingüino”, loco?...
—Seguro, loco... Y si no se lo “echan”, lo vamos a tener que “echar” nosotros, “cabezón”. El “mojón” salió más vivo de lo que yo creí. ¿Viste la “salida” que tuvo en los “fliper”? ¿Te imaginaste vo’, que el loco iba a revisar la “merca”?...
—¡Nunca, loco!... ¿Y viste que el “agrandao’”, le metió la uña a la “merca”, loco?
—Claro, y vó’ te aprovechaste del pánico, y metiste casi toa’ la “puruña”. Si era pa’ catear no más, pu’ “avispao’”, y no pa’ pegarte una dosis completa.
—Ja, ja, ja.
—¿Y “deaónde” se te ocurrió sacar al “curao”, al baile, “cabezón”?
—Ja, ja, ja. Ahí tenís, vo’ pu’. Si vo’ no soi’ el único que tenís’ cerebro, pu’ loco... Así van a creer que el viejo, era “yunta” del “pingüino”, y que le cambió el paquete, pu’ loco.
—Tai’ aprendiendo de tu taita’ pu’, “cabezón”. ¿Y viste que yo también metí al baile al gallo de las palomitas?..
—Pero si ese era el contacto pu´ loco.
—Putas’ que soi’ “atontorronáo”, “cabezón”. ¿Qué no escuchaste al viejo “gil”, que habían dos carros de palomitas, leso?
—Ah, de veras, loco. Se me le había olvidáo’. Oye, ¿Y deaónde’ salió ese “gil”, loco?.
—No sé pu’ “cabezón”. Seguramente andaba vendiendo “legal”, por ahí, y se terció no mas pu’.
—“Güena”, “tijera”..oh. Salió mejor de lo que planeamos, loco. Después que íbamos a tener un solo sospechoso, salieron tres... “la raja”, loco. Ja, ja, ja.
—¿Y te costó mucho cambiarte la ropa en el centro, “cabezón”?...
—Pa’ na, loco’. Me metí a los “meaderos” de la plaza, y ahí me cambié pu’ loco.
—¿Y te deshiciste de la bolsa roja, como te dije?
—Claro, pu´ loco. Si no soy “gil”. La tiré adentro de un tacho de basura, loco.
—¿No te dije que la quemaras, idiota ?–dice en tono molesto, el “tijera”.
—Tranquilo loco. La boté en la basura que pasa por el correo, y se la llevó, el curao’. A esta hora debe estar durmiendo con almuá’ nueva en la playa el loco, Ja. ja. ja.
—Oye, ¿Y pa´qué queríai’ que fuera roja?, loco. Podía ser de cualquier color, pu’ loco.
—A vo’ te falta mucho todavía, “cabezón”. Por eso tenís’ que ser mandoneáo’, todavía. Si aprendís’ de este pechito, algún día vai’ a tener plata, loco.
—Si, pero por qué tenía que ser roja, pu’ loco...
—Pá que se notara de lejos, pu´ “atontorronáo”. Así todos verían al “pingüino” leseando con “su amigo”, y caería de cajón que ellos se cambiaron el paquete en el baño de los “fliper”. Si al “agazapáo’” se le ocurre ir a preguntar al cajero del “fliper”, el loco no se va a olvidar de un bolso rojo, pu’ “gil”. ¿Cachaste, ahora, “apaváo”?.
—Y por qué no me dejaste decirle al “agazapáo” que pensábamos que eso es lo que seguramente había pasado, Pu’ loco...
—Putas’ que soi’ bien leso, vo´ “cabezón”. Cuando vo’ tirai’ la carná, tenís’ que dejar que los “giles” saquen las conclusiones ellos solos. Así se creen “avispaos” y se la tragan toa’, hasta con anzuelo y too’. Si vo’ te hacís’ el que no "cachai'" ná’, pasai’ por “gil”, cosa que a vó’ no te cuesta mucho, ja, ja, ja. Así nadie sospecha de vo’. ¿Vai’ aprendiendo, “atontorronao”?.
—Te creí’ el hoyo del queque, loco. Acuérdate que yo también me pegué’ flor de cuenteo’ cuando el viejo “gil” me preguntó...
—Pero no vai’ a comparar con el medio teatrito que me mandé cuando el viejo “gil” me dijo que habían cambiado el paquete...¿o no, “gil”?.
—Pa’ qué lo vamos a negar... Si hasta a mí me convenciste, loco, Ja, ja, ja. Caacha, loco... “¡¡¿Quée?!!” –dice emulando al “tijera”– “¡¿Cuándo?!”... “Pero... pero ¡¡¿Cóomo?!! ¡Oh, no puede ser, Dios mío!”...Aaaah, loooco. Te las mandaste...
—Ahora tenemos que seguir haciéndonos los “brevas”, hasta que pase too’ el “revuelto”, y después... a gastarse la platita. Lo primero que voi’ a hacer, me voi’ a traer tres “piernas” pa’ mí solo a la pieza, y me voi’ a encerrar por una semana entera, loco. Voi’ a levantarme a puro “mear”, ja, ja, ja.
—Oye, “tijera”, antes que empezí’ a gastarte mi plata...¿Y si el “pingüino” se “ablanda” y nos vende, loco?
—Eso... ya lo tengo pensado, pu’ “cabezón”. ¿Creí’ que me iba a arriesgar a que me pegaran un “tunazo” así no ma’?. Mañana cuando nos vuelva a interrogar el “viejo gil”, le decimos que ahora que nos estamos acordando, con toa’ esta cuestión, habíamos visto al “pingüino” vendiendo “monos” en el liceo, y que nos había extrañado, por que nosotros hacía tiempo que no le pasábamos “merca”. Así el “gil” va a creer que los de la competencia lo están “aceitando”.
—Sí, pero ¿y si se le abre el “tollo”, y nos acusa que estuvimos con él en los “fliper”?
—No creo, por que el “breva”, tiene miedo que nosotros lo “faenemos”. Pero si lo “apretan” y se le cae el caset, decimos que es cierto, y que no habíamos querido decir por que teníamos miedo de que nos sacaran del negocio. Pero que nosotros no le tocamos su mochila, que lo único que hicimos fue apretarlo de porqué se había metido al “fliper” con su amigo... y que también lo habíamos visto conversar con el curao.
—¿Y si dice que ese “amigo”, era yo?.
—Lo negai’ pu’ “brevas”. Decí' que el “pingüino” se las quiere sacar con vo’, y te chantai’ ahí, no mas pu’. Además le decís’ que vo´ nunca habíai´ tenido un bolso rojo, como el del amigo del “pingüino”.
—Putas’, eso me deja mas tranquilo, loco...
—Como el “pingüino” no va a hablar na’, van a creer que es “duro”, por que yo les dije que era “profesional”, y fijo que se lo “echan”. Pero si no, lo “echamos” nosotros, después. “Perro muerto, no ladra”, ja, ja, ja.

Los delincuentes siguen tomando cerveza y felicitándose uno a otro por su “genialidad”. La frialdad con que disponen de una vida humana, muestra el grado de corrupción que alcanza una persona cuando cae presa de la ambición y de la droga.

Ignorante de todo esto, el “Pilo”, Ricardo, no tiene gran dificultad en convencer a su madre sobre lo “latoso” que fue esperar al doctor. Ante la insistencia de sus padres a que asuma la responsabilidad de padre, el muchacho se encierra en su cuarto con un portazo.

Al día siguiente, decide no ir a clases. Se dirige a la casa del “cabezón”, para ponerlo sobre aviso con respecto a sus declaraciones. No lo encuentra en su casa. –«no vino a dormir, y no sé dónde pueda estar»–. Son las ocho treinta de la mañana. No sabe dónde vive el “tijera”. ¿Y si le pregunta al “pulga”?. No. Seguro que lo dejan en clases. Decide dirigirse a las inmediaciones del liceo, tal vez pueda hallar al “cabezón” “cazando pingüinos”. No encuentra a nadie en la calle. Al parecer el único que ha hecho “la chancha” es él.

Un taxi, que se le hace muy familiar, aparece por la esquina del liceo... Reconoce al hombre de barba y al de terno. El taxista que lo trajo con el dinero del “trabajo”, va al volante. No se ve al “tijera” ni al “cabezón”. Los hombres parecen reconocerlo... El taxi se dirige hacia él...

Fin del Cap. 13

—Cacería de pingüinos— Cuento. Cap. 12

—Tiempo de recapitular—


Cap.12



La tregua que significaba irse a su casa, le hizo dar un gran suspiro. Aunque le quedaba claro que no había terminado la historia. Quizás sería necesario comunicarse con el “tijera” y el “cabezón” para que supieran lo que él había tenido que decir. Así sus versiones coincidirían si le preguntaban algo al “tijera”. De todos modos, no le habían dicho qué había ocurrido. Pero a un "profesional" como él, no se le hace tan difícil deducir algo aproximado...: La molestia del "cara de Segismundo", solo se explicaría por que la "mercadería" que recibió, no lo dejó conforme. Quizás no era de la calidad que él había pagado. Tal vez alguien sí cambió el paquete. Pero ¿Y si el paquete estaba adulterado cuando se lo entregaron?. No es posible, piensa. Los dos hombres la probaron antes de entregársela a él. Y los dos estaban conformes. Después no perdió de vista su mochila, piensa, repasando la ruta en su mente, hasta... ¡hasta que el “cabezón” se la sacó de su espalda, cuando lo obligó a jugar en los “flipers”!. Pero está seguro que el “cabezón” no metió mano en la mochila. Él se habría dado cuenta... Además es obvio que el “tijera” lo estaba viendo, y se habría percatado de cualquier intento de cambiar el paquete. En el baño, el “tijera” mantuvo la mochila en su mano... hasta que se la pasó al tijera para zarandearlo a él. Ahí podría haberla cambiado... ¡Y tal vez el “borracho” era su cómplice, y se llevó el paquete original, entregándole el adulterado!. No, no puede ser. Después él personalmente probó el “polvo”, y aunque no tiene experiencia para reconocer el verdadero, el “tijera” también lo probó, y lo encontró bueno... Incluso el “cabezón” dijo que era de la “pura”. Además está el hecho que el “cara de “Segismundo”, también la probó, y la encontró buena recibiéndola conforme. No le habría pasado el dinero si no fuera así, obvio. Además recuerda que le llamó mucho la atención, que el hombre haya probado el polvo, por los dos extremos del paquete. Seguramente para evitar fraudes. Eso muestra que eran “profesionales”. Sus deducciones le llevan a concluir, que tal vez no hubo cambio de paquete, y que el “cara de Segismundo” se quiere “avivar”, quedándose con la “pasta” y con el dinero...o con dos “paquetes” por el precio de uno, echándole la culpa a él. «Elemental, querido Wattson». Tal vez le haga saber de sus sospechas al de barba, mañana, cuando regrese a la funeraria. Total, es “su pellejo” el que está en juego...

Aunque ya iban a ser las nueve de la noche, no le preocupaba tanto el atraso. Siempre podría decirle a su mamá, que el doctor se había demorado en atender a Camila, y que había mucha gente en la consulta.

En la funeraria, casi inmediatamente que Ricardo se retira, entran dos hombres jóvenes, faltando diez minutos para las nueve de la noche...

—“Llegaron” –dice “Nestor”, el “matón”, informando al de terno.
—Que esperen un rato. Yo les avisaré –responde.

El de terno, cierra la puerta quedando a solas con el de barba.

—¿Cómo supiste lo del encuentro con el amigo? –pregunta el de terno.
—El “sapo” que tenía asignado fuera del correo me lo informó por teléfono, después que el “pingüino” se subió a la “35”... –responde el de barba–. Él está afuera, esperando.
—¿Y el otro?
—¿El tijera? Ese lo vigiló desde la citroneta.
—Hazlos pasar. Así aclararemos esto...

Después de llamar a “Nestor”, éste hace pasar a los dos individuos...

—Bueno, tu ya conoces bien al “tijera”, es mi mano derecha... “tijera”, –dice el de barba, dirigiéndose al aludido–. Tu seguiste bien al “piloto”. Infórmanos qué ocurrió...
—Bueno, –responde el “tijera”–, yo lo seguí, como usted ordenó... El “pingüino”, se bajó de la “22”, como le habíamos indicado. Luego se encontró con un “gallo”, en el paradero. El tipo, como jugando, le quitó la mochila, pero después se la devolvió. No noté nada extraño.
—¿Entraron a un negocio, me decías?
—Sí, claro. Entraron a un “fliper” que hay cerca del correo. Pero salieron casi ‘altiro’. No me pareció sospechoso. Pa’ mi que fueron a “echar la corta”.
—¿Sabías que los “cambios” se pueden hacer en menos que termines de pestañear? –pregunta el de terno–. Se supone que eres “ducho”.
—No, si eso lo sé. Pero este “pingüino” es “derecho”. Lo conocimos’ bien. Además salió todo bien. ¿No?.
—¿Ah, sí?... Sabías que cambiaron el paquete?...
—¡¿Quée?! –exclama con sorpresa el “tijera”, casi cayéndose del sillón–....¿Cómo?, ¿Dónde?, ¿En... qué momento?
—Tú dímelo. Ustedes estaban encargados de vigilarlo.
«¡Concha!». –exclama el “tijera”, con desesperación, cubriéndose los ojos con su mano derecha. El otro joven solo atina a mirar con cara de asustado al “tijera”, y luego al de terno, que lo interroga ahora...
—¿Tú eres el que estaba encargado de vigilarlo cerca del correo? –pregunta el de terno al otro joven...
—Sí... señor –responde el joven, un tanto asustado.
—¿Cómo te llamas?
—Se llama... –pretende responder, el de barba.
—Déjalo que hable él –interrumpe el de terno–. Supongo que tiene lengua...
—Me llamo Francisco, señor...
—Y tú, que viste, “Francisco”...
—Bueno, yo vi lo mismo que el “tijera”. Vi que se juntó con un loco, en el paradero, y se pusieron a ‘lesear’ con la mochila del “pingüino”.
—¿Viste si el amigo del “pingüino”, le metió mano a la mochila en algún momento?
—¿En la calle, dice usted?
—Sí, en la calle.
—No. De eso estoy seguro. Porque yo lo estaba “cachando” con el largavista que andaba trayendo en mi chaqueta. El loco se la quitó un rato, tandeando, y después se la devolvió. Pero en ningún momento abrió el cierre de la mochila.
—Y tú, “tijera”, ¿Viste a alguien más?
—No, yo no me bajé de la citroneta, pero no vi a nadie más.
—¿Y no se te ocurrió pensar que dentro del “fliper” podrían estar esperándolo para hacer el cambio?...
—Es que no quería que el “pingüino” me viera. El jefe fue bien claro en eso...
—¿Y no sabes improvisar cuando surgen imprevistos? ¿Qué clase de “mano derecha” eres para tu jefe, si no le cuidas las espaldas?
—Bueno, yo...
—¿Y tú, francisco? ¿Viste a alguien más? –dice, dirigiéndose al otro joven, sin esperar mas explicaciones del “tijera”, a quien deja hablando solo.
—En la calle, no. ‘Adentro’ del “fliper”, sí habian varios “pingüinos” jugando. Ah, y un viejo “curao”, con abrigo que salió después.
—¿Un viejo? ¿Cómo era?... –pregunta, mientras el “tijera” se queda mirando al joven con cara de interrogación... Era obvio que no esperaba que su compañero mencionara al borracho...
—Bueno, usted sabe... De esos viejos atorrantes, que andan con una botella metida al “sobaco”. Pero estaba tan “tumbao’”, que después se puso a dormir en un banco cerca del correo. No pasa na’.
—Osea, que según tú, un viejo “atorrante” y “borracho”, queda libre de toda sospecha... ¿Eso estás tratando de decir?
—Sí...quiero decir nó....es que yo...
—Bueno sí, o no –insiste el de terno...
—Creo que...¿sí es sospechoso? –pregunta mirando con súplica al de barba, que solo atina a sonreír meneando su cabeza y bajando la vista.
—Se ve que tenís’ bien pocos sesos, “Francisco” –dice en tono irónico el de terno–. A tu mamá deberían haberle dado un certificado de garantía en la maternidad, cuando naciste, por el funcionamiento del “mate”. A lo mejor habría recuperado algo de plata...

El joven baja la vista avergonzado...

—Y tú, “tijereta”, ¿Lo seguiste en la citroneta hasta que efectuó la entrega? –pregunta el de terno.
—“Tijera”, señor –corrige el delincuente.
—¿Cómo?
—Que me dicen “tijera”.
—Es que después de lo que estoy captando, parece que no te va a alcanzar para “tijera” –responde irónicamente y en tono burlón, mientras el de barba se lleva una mano al rostro, bajando la vista, quizás por vergüenza ajena... El “tijera” no responde, limitándose a bajar la vista.
—Te preguntaba –insiste el de terno–. ¿Lo seguiste hasta el punto de entrega?
—Sí, claro. Esa eran mis instrucciones...
—¿Y?
—Bueno, allí, se dirigió primero a un compadre que vendía palomitas de maíz. Conversó con él un rato, y después cruzó la calle y le entregó el paquete a los “cholos”.
—¿Otro vendedor de palomitas?
—Sí, claro...
—¿Y no te llamó la atención, “Tanta coincidencia”?
—Bueno, claro, pero yo lo “caché” bien y aparte de “chacharear”, no vi que le pasara nada... Así es que no le di mayor importancia.
—Después de que se efectuara el “canje”, ¿No se te ocurrió seguir al otro vendedor, para ver a dónde se dirigía?
—No... ¿Pa' qué?...
—¿Y si era un “tira”? ¿O si le estaba dando instrucciones al “pingüino”? ¿Y si le pasó el otro paquete, sin que tu te dieras cuenta?
—Yo me habría dado cuenta...
—Me estoy convenciendo que los de la competencia le hubieran cambiado diez veces el paquete al “pingüino”, en las narices de ustedes, y nunca se habrían dado cuenta... –dice volteando y mirando al de barba.

Los dos jóvenes cruzan miradas, mezcla de preocupación y vergüenza... El de terno, con un ademán, le indica al de barba que los haga salir...

—Ya, muchachos, váyanse a sus casas. Mañana los quiero aquí a los dos. A las siete de la mañana...
—¿A...las siete? –pregunta con cara de “bobo” el “tijera”...
—Sí. A las siete. ¿Algún inconveniente, “tijereta”? –responde el de terno con voz grave.
—No, no... está bien. Es que no había escuchado bien...

Los dos jóvenes salen de la funeraria, escoltados por el “matón” “aliento de tabaco”. Los dos hombres quedan solos en la oficina. El de barba no dice palabra, con su barbilla entre su mano derecha, meditando semisentado sobre el escritorio grande. El hombre de terno, enciende un cigarrillo “legal”, y toma asiento de piernas cruzadas, en uno de los sillones de corte antiguo.

—¿Qué piensas de la situación –pregunta el hombre de terno.
—Todavía no lo puedo creer –responde el otro–. Nunca pensé que el “tijera” fuera tan estúpido. Hasta ahora nunca había tenido problemas con él.
—¿Ah, sí?.
—Lo tenía por un tipo “ducho”, con iniciativa... Además es sumamente inteligente... todavía no lo entiendo...
—¿Y si nos está metiendo el cuento del Tío?...
—¿El “tijera”?. No. No lo creo capaz...
—Amigo, sabes que en este “negocio”, no puedes confiar ni en tu madre...
—No tienes que decirlo... Pero ¿Y si los de la competencia se compraron al “pingüino”?
—¿Al chico?... Nooo... Ese “mojón” lo único que tiene de malo es que es medio fanfarrón. Pero no tiene agallas para dar un paso así. Créeme, este asunto es más hediondo.
—Pero tú mismo diste a entender que él podría haberse “arreglado” con alguien, en los “fliper” o en el lugar de la entrega –dice, intrigado el de barba..
—¿Eso te pareció? ¿No sabes reconocer un estilo “suelta lengua”? Tienes que aprender mucho si quieres llegar alto, y si no quieres que te lo “manden a guardar”, “Agazapado”. ¿Así te dicen aquí, no?.
—Sabes que no me gusta que me llaman por “chapas” –responde el de barba, en tono serio.
—A veces es mejor que los nombres verdaderos queden en la oscuridad... Deberías saberlo. Cómo te decía, si vamos a trabajar juntos, necesito asegurarme que tengas gente de confianza absoluta. Al menos, por ahora, no hemos podido comprar “tiras”. De modo que debemos cuidarnos más.
—¿Y qué me dices del otro muchacho tuyo, el “Francisco”?. Crees que...
—¿El “cabezón”?. No. Ese es ambicioso, pero es demasiado estúpido para idear algo así. No lo creo.
—¿”Cabezón”?. ¿Esa es su chapa?...
—¿No viste el tamaño del “zapallo” que tiene? Ja, ja, ja.

El de terno, sin responder, se dirige al escritorio y saca de un cajón, un paquete de papel con un polvo blanco, abierto, y lo pone sobre el escritorio. Con un gesto, pide al otro que se acerque.

—¿Habías visto algo así, antes? Ingenioso, ¿verdad?
—Sí, lo es. No, no lo había visto...
—Un paquete de tres compartimientos. Una vez vi algo parecido en Colombia. La gracia le costó el pellejo al inventor... El “ingenioso” lo inventó cuando se hizo una práctica chequear la “merca” por ambos extremos. Como la bolsa interior es de polietileno, no se nota que lleva una separación sobre la “pura” del fondo. Luego el “ingenioso” rellena la mayor parte del paquete con tiza o cualquier otra porquería. Antes de llenarlo completamente pone otra “separación”, y completa el paquete con otro poco de la “pura”...y... ¡Voilá!... un paquete legal!...Esto no es obra de un tonto, o de un niño ¿verdad?...
—Por supuesto que no –responde el de barba.
—Te confieso que en un comienzo, pensé que podías haber sido tú, el del “ingenio”...
—¡¿Yooo!? –exclama sorprendido el “Agazapado”– ¿Y por qué haría eso? No tiene sentido.
—Ahora lo sé. Después de ver que no defendiste a tu gente cuando la interrogaba, pude darme cuenta que eres “profesional”. Además qué sentido tendría arruinar en el mismo comienzo, un negocio que puede reportarte utilidades por largo tiempo, ¿verdad?.
—Naturalmente, sería un idiota...
—Eso nos deja solo dos posibilidades... O el “pingüino”, o tu gente... ¿Por quién te inclinas?
—No sé... Me resulta difícil creer que ellos me hayan traicionado...
—¿Y si te lo demuestro, lo creerías?.
—¿Puedes hacer eso...? Si lo haces... están muertos...
—Lo verás...





Fin del Cap. 12



—o—

—Cacería de Pingüinos— Cuento Cap. 11

—Respondiendo a la muerte—

Cap. 11



—Pasa, muchacho –dice el de barba, con un extraño tono amable.

Entran a una oficina al final de un corredor, de paredes altas, semioscura, con uno de esos escritorios grandes y antiguos. Un sofá, grande de material sintético, se encuentra al centro de la sala. Dos sillones, también de corte antiguo, están arrimado a la pared, al lado de una mesita donde descansa un teléfono negro, pasado de moda. La única ventana, que da a la calle, lleva una cortina de lino verde, teñido, la cual el hombre de la barba cierra, aumentando la penumbra. Ya van a ser casi las ocho de la noche, según el reloj de pared. El hombre del terno se dirige a encender la luz, en el interruptor al lado de la puerta. Ricardo se pregunta cuándo comenzarán los golpes “pro-confesión”, o quizás algunas torturas más sofisticadas...

—Lleva al muchacho a la sala de al lado –ordena el de terno. El “matón” del aliento a tabaco, asiente con la cabeza e invita con un ademán, a que Ricardo lo siga–. Nosotros tenemos algo que conversar primero –dice.

—Durante unos diez minutos, los dos hombres conversan encerrados en la oficina grande. Ricardo ya no desea seguir deduciendo los acontecimientos. Prefiere esperar que éstos se desarrollen solos. De pronto siente la voz del hombre de barba...

—¿Llegó, el “Cholo”?...

—No, jefe. No ha llegado aún.

—En cuanto llegue, hazlo pasar a la oficina...

—Está bien, jefe.

Al cabo de unos cinco minutos entra un hombre...

—Ah, usted. Pase. El jefe lo está esperando...

—Espérame aquí... –dice una voz a alguien que se queda en la puerta, sin entrar...

Desde su posición no alcanza a verlo, pero su corazón casi da un vuelco cuando reconoce la voz del “cara de Segismundo”. "Cherloc", había acertado, una vez más... ¡Con toda seguridad él había sido el del llamado telefónico!. Detesta haber tenido razón... Eso solo puede significar problemas... ¡"Macabros" problemas!

—Me costó dar con la dirección... –dice en tono molesto, el cara de "Segismundo".

El hombre entra a la oficina, donde permanece por unos treinta minutos. Ricardo siente solo murmullos, pero algunas palabras alcanza a captar, al acercarse disimuladamente a la pared de madera, adyacente a la oficina grande...

“—No me gusta que me tomen el pelo....” ....”¿.... con quién están tratando? –reconoce la voz airada, del "cara de Segismundo".

“—¿Y usted sabe el riesgo que estamos pasando con recibirlo aquí? ¿Cree que nos arriesgaríamos así, si quisiéramos tomarle el pelo?.

“—Esto tiene que solucionarse, si desean que sigamos haciendo negocio, si no, buscaremos otros proveedores...

“—Dennos 48 horas. Le tendremos novedades.

“—"48 horas", "chileno"... Ni una más...

El hombre se retira después de un rato. Luego el de barba sale de la oficina...

—“Nestor”, Que venga el muchacho...

El “matón” entra, y le comunica que pase a la otra oficina. Le parece estar dirigiéndose al matadero... Pobre Camila, va a tener que criar la guagua ella sola...

Los dos hombres están sentados en el sofá. Invitan a Ricardo a sentarse en uno de los sillones. El “matón” sale del cuarto, cerrando la puerta por fuera. Algo le dice que por fin sabrá qué fue lo que pasó.

—Muchacho, –dice el de barba–. Queremos hacerte algunas preguntas, acerca de la operación de hoy día... Está demás que te digamos que el decir algo que no es, está demás en este negocio –dice en tono grave–. Los mentirosos solo alcanzan a mentir una sola vez... ¿Me entiendes, verdad?

Claro que entendía. ¡Entendía muy bien!. Sus piernas comienzan a intranquilizarse, por lo que trata de controlarse.

«Sí, señor, entiendo».

—Dime, hijo... ¿Tuviste algún contratiempo durante el transporte del “paquete”?.. –se le queda mirando fijamente.

—Que yo recuerde, nó... Nada de importancia. ¿por qué?

—Solo responde... ¿Te encontraste con alguien en el camino?

Le parece que un hielo sube por sus miembros, hasta alojarse en su cabeza, erizando todos sus cabellos... “¡Alguien gritó!”. Recuerda el juramento que le hiciera al “cabezón”: “Ni aunque me maten, se me va a caer la jeta”...

—No, con nadie... Bueno en realidad me encontré con un amigo que me saludó en el paradero del correo, pero nada más –se le ocurre decir, por si alguien lo vio con el “cabezón” forcejeando en el paradero, cuando le quitó la mochila para que lo acompañara a jugar un “fliper”.

—Qué bueno que lo dices, por que me informaron que precisamente te vieron con un joven de jean azules y una bolsa roja, conversar en el paradero... –dice el de barba, incorporándose del sofá para pararse a su lado.

¡Se felicita de haberlo dicho!...

—¿Quién era? –pregunta el hombre, poniendo una mano en su hombro..

—Un amigo del barrio... –responde, mirándolo hacia arriba. El de barba sin embargo mira hacia otro lado.

—¿Qué quería?

—Que lo acompañara a... jugar “fliper”.

—¿Y que le dijiste?

—Que no, por supuesto. Tenía que subirme a la “35” –dice, mientras piensa desesperadamente como cubrir todas las posibilidades, por si alguien los vio entrar.

—¿Y entraste?

«¡Piensa “Pilo”, ya te vieron con el “cabezón”»

—Sí, pero no a jugar, si no que me dieron ganas de entrar a “mear”.

—Y...tu amigo... ¿entró también?.

—Creo que sí... me parece...

—Sí, o no...

—Sí, si entró también, a orinar... ¿Pero por qué me hacen todas estas preguntas?

—Solo responde, hijo... ¿Quién era ese amigo?...

—Un amigo del barrio...

—Eso ya lo dijiste...¿Cómo se llama?...

—Bueno, le decimos el...”flaco”... Se llama Alejandro Frías –se le ocurre decir. Fue el primer nombre que se le vino a la mente. Será por que al Frías le dicen “flaco”...

—¿No te encontraste con nadie más?

—No. Con nadie más –No cree que desde afuera hubieran visto al “tijera”. Recuerda que cuando salieron, lo hicieron de a uno, para no ser relacionados si los veían.

—Y en el taxibús,... ¿te encontraste con algún amigo? –pregunta el otro hombre, sin moverse del sofá, cruzando una pierna...

—No, con nadie. Además no vi a nadie sospechoso –dice, tratando de impresionar.

—Está bien. Puedes irte...

—¿Puedo irme?... Es decir... ¿para mi casa? –pregunta con incredulidad y excitación.

—Si, claro. Para tu casa –responde el hombre del terno–. Mañana vamos a necesitar que vengas aquí de nuevo, como a las 6 de la tarde, después del colegio... ¿puedes, hijo?...

La amabilidad inesperada que estaban mostrando los hombres para con él, le hizo sentir más confianza.

—Sí, claro. Por supuesto...



Fin del Cap. 11

23 febrero, 2010

CONTINUARÁ..........

—Cacería de Pingüinos— Cap. 10

—Palomitas de Maíz—


Al llegar al sitio convenido, se baja del taxibús y se dirige a la calle Poniente. No puede creer lo que ve... ¡Dos carritos de venta de palomitas de maíz! Uno a un lado de la calle, y el otro en la acera del frente. «'Diantres'... Esto no me gusta nada», –se dice en voz baja, emulando una típica frase, como uno de los mejores agentes secretos. De algo está seguro: Es cosa de observar, y sacar alguna deducción. Un "profesional" sabe salir de cualquier problema. Uno de los carritos, está siendo atendido por un individuo delgado, de unos 60 años, con cara de "Segismundo", con su rostro a medio afeitar, y una gorda "petiza", morena, también a medio afeitar (según Ricardo). Dos niños les compran palomitas... El otro, por un individuo joven de unos treinta años, bien afeitado, que se le queda mirando, con cara de "cliente". «Elemental, querido Wattson» –se dice sonriendo. Camina con seguridad hacia el individuo joven...

—"¿Tiene palomitas acarameladas?".

—¿Palomitas...¿quée?

—"Acarameladas".

—¿No será "confitadas"?

—No. "Acarameladas" –repite con cierta preocupación.

—¿Eres chileno, socio?... Aquí se dice "confitadas".

«Fallaste, "Wattson"».

—¿Qué dices?

—No, nada... Gracias –responde, cruzando la calle.

De pronto le asalta un mal presentimiento... «Esto tampoco me gusta» –se dice, nervioso, olvidándose de sus frases típicas...

—¿Qué quieres. hijo? –pregunta la gorda, con una sonrisa.

—¿Tiene... palomitas acarameladas? –responde casi con temor.

La sonrisa de la gorda desaparece por arte de magia. El hombre con cara de "Segismundo", inmediatamente se hace cargo de la situación...

—"No tenemos, pero si tu me traes azúcar... yo te las preparo" –responde el hombre, haciendo que el "Pilo" dé un suspiro de alivio.

—Mire, precisamente aquí tengo un paquete –agrega, aliviado, mientras saca el paquete de su mochila y se lo entrega al individuo.

—Qué bueno –dice la gorda–. Enseguida te las preparamos, espera un momento...

El individuo saca un teléfono celular, del carrito, y hace una llamada.

—"Llegó" –dice lacónicamente y luego corta.

Mientras la mujer finge estar preparando palomitas para el "Pilo", el hombre con cara de "Segismundo", examina el paquete, rompiéndolo un poco con la uña, por la parte de abajo, y luego llevándose la uña del dedo meñique a su boca. Luego hace lo mismo por la parte superior del paquete. Enseguida hace otra llamada...

—"Las palomitas están listas, se las envío con el muchacho" –dice, sin esperar respuesta, y luego corta.

En un cono grande, impreso con palomitas "Doña Soila", el individuo introduce un paquete rectangular, lo cierra con cinta adhesiva, y se lo entrega a Ricardo. Esto sorprende al muchacho. Nadie le dijo nada acerca de regresar con otro paquete.

—Aquí están tus palomitas, hijo. No se te vayan a caer –dice mirando fijamente al muchacho–. Supongo que sabes lo valioso que son las palomitas acarameladas. Cuídalas como si fuera tu vida, hijo. Guárdalas en tu mochila, y ándate derechito "pa' tu casa", a entregárselas a tu "papá".

—Sí, señor. Gracias.

Ricardo no puede evitar dar un suspiro de alivio. El "trabajo", con algunos contratiempos, había salido bien y de acuerdo al plan. Se sentía todo un "profesional". Seguro que en el cono de palomitas, debe ir el pago en efectivo por el “paquete”. Y deben ser varios millones de pesos, a juzgar por su tamaño. Ahora si son en billetes de a veinte mil, ¡Uf!, mejor ni pensarlo, para no ponerse nervioso. Repasa las siguientes instrucciones: Dirigirse al otro lado del estadio, y tomar uno de los taxis que están estacionados en el paradero. El chofer estaría fingiendo dormir, con la puerta semiabierta.

Las dos cuadras que lo separan del estacionamiento de vehículos de alquiler, le parecen eternas. Durante el camino examina meticulosamente a cada persona que pasa por su lado. Nada debe escapar a su vista "profesional". Al llegar al estacionamiento ruega no encontrarse con dos choferes durmiendo... Ya ha tenido bastantes sustos por hoy. Afortunadamente para él, solo hay uno que duerme, o al menos parece hacerlo...

—¿Quieres taxi, cabrito? –pregunta uno de los choferes, al percatarse que el joven se acerca a los vehículos.

—No, gracias. Ya tengo táxi –responde acercándose al chofer que "duerme".

—Pa' qué vai' a despertar al colega, pu' cabrito, yo te puedo llevar –insiste el chofer.

—No gracias. Me quiero ir en este taxi...

—Bueno, si quieres arriesgarte a que el colega se "choree" por haberlo despertado... es cosa tuya.

—Disculpe, –dice con seguridad, despertando al chofer–. ¿Me puede hacer una carrera especial?

—¿Ah?, hola, "perico". ¡Churra, me quedé dormido! –dice, rascándose la cabeza con las dos manos, poniéndose de pié–. ¿"Te mandó don Jacinto"?

«Por fin».

—Sí. Dijo que usted me iba a llevar, y que después el arreglaba con usted...

—Ni un problema, amigo. "Don Jacinto" es buena paga —dice sonriendo, mientras le abre la puerta trasera.

El taxi cruza la ciudad a gran velocidad. Al llegar a cierta avenida, se detiene para "subir pasajeros". El hombre de la barba y el de terno suben al auto, dejando a Ricardo en medio de los dos.

—¿Traes las "palomitas"? –pregunta el de barba.¬

—Sí, aquí las tengo –responde el muchacho, abriendo su mochila y entregando el cono al hombre–. Nadie me dijo que me iban a entregar plata...

El de barba sonríe, sin responder.

«Me están probando». En todo caso, jamás habría pensado en quedarse con el dinero... ¡Ni loco!, todavía es muy joven para ser “animita”.

Mientras el taxi se pone en movimiento nuevamente, el de barba abre lentamente el envoltorio, sacando del interior, varios fajos de billetes de diez y veinte mil. Ricardo nunca había visto tanto dinero junto. Sus ojos bailan de un lado a otro. Se imagina que el de barba le pasa uno de los fajos para él solo. ¡Qué no se compraría con esa plata! Tendría su propio estereo "a todo chancho". Una moto "Yamaha" de "1200 cc"; una guitarra eléctrica, ¡qué una guitarra!, ¡Toda la banda completa!... La voz del de barba lo baja de sus sueños...

—"Está todo" –dice parcamente.

—"Bien" –responde el de terno. Parece que todo salió bien.

—Hiciste un buen trabajo, "pingüino" –le dice el de barba, sacudiendo la cabeza del muchacho, en forma afectiva–. Parece que seguiremos haciendo negocios juntos...

«¡Al fin en las "ligas mayores"!»

—Aquí está lo convenido –dice el de terno, entregándole un sobre abierto– Cuéntalo...

—No es necesario... Estamos entre caballeros –responde guardando el sobre en su mochila, y exhibiendo su mejor sonrisa de agente secreto. Los dos hombres cruzan miradas sonriendo.

Fue cuando estaba pensando en la cara de envidia que iba a poner el "pulga" cuando viera lo que había ganado en un solo "trabajo", cuando sonó el celular del hombre de terno...

"—¿Sí...?

"...¿Está seguro?... –lo dice lentamente, con mucha tranquilidad

"...¿Porqué lo dice...? –no se inmuta.

"...No,... usted sabe que no es mi estilo...–dice sin perder la calma

"...Está bien, tráigamela a la funeraria... Adiós. –Su rostro inmutable, no refleja ningún sentimiento.

Fuera lo que fuera... suena terrible. Ricardo empieza a "pasarse cualquier rollo", como dice él. No sabe si tirarse del auto o esperar un balazo en la cabeza. Nuevamente siente correr unas gotitas de transpiración por su espalda. Si su estómago sigue subiendo y bajando como la ha estado haciendo durante todo el día, fijo que va a vomitar.

—¿Qué pasa? –pregunta el de barba.

—"Problemas" –dice por toda respuesta, el de terno.

—Necesito que nos acompañes a conversar algo –dice el de terno a Ricardo. Luego ordena al chofer que los lleve a la “funeraria”.

El pánico parece apoderarse del muchacho, quién solo atina a mirar hacia un punto lejano e indefinido, con sus ojos desmesuradamente abiertos. ¿Qué puede haber pasado? Las posibilidades comienzan a desfilar por su cabeza: ¿Alguien los vio en el “fliper” y los delató? Pero entonces no calzaría la frase “usted sabe que no es mi estilo”, que dijera el de terno por el celular... Y eso de “la funeraria”, ¿será un lugar, o una manera de decir : “conviértelo en “finado”?. Entonces qué significa el que haya dado la orden por celular “Tráemela a la funeraria”. ¿Los habría traicionado la gorda de las palomitas, y la van a convertir en “fiambre” y quieren que él les informe algo raro que ella hubiera hecho?. No vio nada extraño en la gorda. Es más, se comportó amable con él. ¿Y por qué le dijo al chofer “llévanos a la funeraria”? ¿Querrán llevarlo a algún terreno baldío donde le van a meter “dos tunazos”?. ¿Pero, porqué? Él entregó el paquete conforme. El cara de “Segismundo” incluso probó la “mercadería”, y la encontró bien. Y luego está el asunto del dinero... Él nunca pensó quedárselo. A pesar que en vez de haber ido a buscar al taxi, podría haberse ido por otro lado y no devolverlo. Pero eso habría sido estúpido. No habría llegado muy lejos, y tal vez ya estaría finado para esta hora. O a lo mejor no hay nada extraño, y lo que quieren es hacer desaparecer toda evidencia, y consideran que él “sabe demasiado”, y por eso se lo van a “echar”. Pero entonces para qué tomarse la molestia de entregarle el sobre con los cincuenta mil, si igual se lo iban a “despachar”. Y ¿qué significa el llamado que recibió el del terno?... Después de todo fue eso lo que les hizo cambiar los planes de dejarlo ir, a interrogarlo o ... no entiende nada... Trata de recordar qué mas dijo el del terno cuando hablaba por celular... «¿Por qué lo dice?». ¡Sí!, dijo: “Porqué lo dice...” Por qué dice ¿Quién?, y ¿qué cosa es lo que dice?... ¿Quién llamó por celular al de terno? “¡Bingo!”, ¡Tiene que ser el “cara de Segismundo”!... Él lo llamó dos veces en su presencia. Para informarle que él había llegado, y que le estaba enviando “las palomitas”. «Elemental, mi querido...» Ah, ¡cállate “Cherloc”!, está demasiado asustado para jugar a los detectives. ¿Pero para qué lo llamaría, si la transacción había sido un “éxito”?. Algo le dice que muy pronto lo sabrá... El vehículo entra por unas calles adyacentes al centro comercial, y se detiene frente a una funeraria... ¡Una funeraria!... Bien. Por lo menos la funeraria es un lugar verdadero. Pero por alguna razón, eso no lo hace sentir más tranquilo. Los dos hombres bajan del vehículo, e invitan a hacer lo propio al muchacho. Miran a su alrededor. Tal vez sea lo último que vea... No deja de pensar en lo irónico de su situación. Después de todo, lo pueden sacar en un cajón, y nadie se extrañaría... ¡Es una funeraria! Y de ella salen cadáveres en cajones todo el tiempo.

—Cacería de Pingüinos— Cap. 9

—Confusión en el correo—

Al llegar al correo, Ricardo, que ha estado observando a cada pasajero, asegurándose que son personas comunes y corrientes, baja por la puerta trasera. Camina hacia el otro paradero, cerca de un negocio de video-juegos, donde debe tomar la otra línea de recorrido. De improviso, una mano que coge su brazo, le hace dar un sobresalto...

—¡"Cabezón"!... ¿Qué hací' aquí', loco? Me asustaste, socio...

—¿Y porqué te asustaste, "pingüino"? –dice sonriendo.

—Es que... No, lo que pasa es que no esperaba que estuvieras aquí, pu' socio.

—Aah. Oye, loco. Te invito a jugar unos "fliper"...

—Putas' lo siento, socio. Ahora no puedo... es que voy apurado a... un negocio. Después te explico.

—¿Me estai´ rechazaaando, loco? –dice molesto, el "cabezón", tomándolo de la mochila–. ¿Y qué diriai', "hociconeta", si después te voi' a buscar al liceo y te saco la... –En este punto el "cabezón" tiene la "amabilidad" de recordarle a toda su parentela, incluyendo a su polola.

—Puchas, no te enojís, pu' socio. Si querís, después le preguntai' al "tijera". Él te lo puede explicar todo, socio. Ahora tengo que tomar la locomoción –explica, convencido de que es mejor que el "cabezón" le dé una "fleta", antes que lo conviertan en "animita", como dice el "pulga". El "cabezón" no deja de sujetar su mochila, impidiendo que pueda subir al taxibús. De improviso, y con un rápido movimiento, el "cabezón" le saca la mochila. El corazón parece que le fuera a saltar del pecho...

—Oye, no pu' socio –dice con angustia–. Devuélveme la mochila pu'. ¿Pa' qué la querís' vo'?, si son puros cuadernos, socio –dice, rogando que al "cabezón" no se le ocurra abrirla.

—Es que vo' no querís' aceptarme un "fliper" pu', loco. Soi' 'mala onda', "hociconeta" ¿ah?. Y después andai' llorando que te pase unos "pitos" pa' hacer negocio... –dice el muchachón, en tono taimado e irónico.

—Y si jugamos un "fliper", ¿Me dajai' irme?

—¡Clarimba, pu' loco!, Si nos jugamos uno solo, y después nos vamos. ¿No vis' que ando apurao', porque tengo que hacer unas "entregas", loco?.

«¡Salvao'!».

El "cabezón" le devuelve la mochila, lo que hace que regrese su corazón al pecho. Entran al negocio de video-juegos, y Ricardo se asegura que el "cabezón" le haga prometer que será solo un juego, cosa que el muchachón promete sin dificultad. En medio del juego están, cuando el corazón parece que se le va a paralizar... En el centro de la puerta, de pié, está el "tijera", llamándolo con su dedo índice. El jovenzuelo mira al "cabezón", haciéndole una seña con su cabeza para que mire hacia la puerta. Lentamente se acercan al "tijera". El "cabezón" con su cara llena de risa, y el "Pilo" con una que parece conducirlo al matadero.

—Hola, "tijera". ¿Qué andai' haciendo por acá, loco –dice sonriente el "cabezón".

—¿Qué fue lo que conversamos, "pingüino"?. –pregunta molesto, el "tijera", ignorando el saludo del "cabezón".

—Es que el "cabezón" me... presionó pa' que jugáramos un puro juego...¿verdad, "cabezón"? –se disculpa el "Pilo", rogando que el "cabezón" no le vaya a pegar la "desconocida".

—¿Qué pa', loco? —pregunta el aludido, con cara de interrogación–. Yo jodí, al socio pa' que jugáramos un puro "fliper".. ¿Por qué, loco? ¿Qué "drama"?.

—Vo' no te metai' "cabezón" –responde molesto, el "tijera", mientras le quita la mochila al asustado jovenzuelo–. Vo' sabís' muy bien, "cabezón", que cuando se está "piloteando", no se puede andar haciendo estas 'leseras'. Y menos cuando es una "entrega" tan importante como la que llevai' aquí, "pingüino" "asopao". –dice en voz baja, para evitar que los demás escuchen la conversación. ¿Querís que nos manden a toos', al "patio de los callaos'?... Y así te creís "profesional", "atontorronao'". No te alcanza ni pa' payaso. Voi' a tener que encargarme yo mismo de la entrega... Después verís' vo' qué explicación le dai' al "barba", pingüino "asopao".

La sola idea de darle explicaciones al hombre de la barba, le congela la sangre. Ahora es su turno de sentir que el estómago le da vueltas descontroladamente.

—Oye, "tijera" –interviene el "cabezón"–. No le carguís' los dados, al "pingüino", pu' compadre. Yo no sabía que andaba en una "entrega". Si no, no lo habría "hinchado", pu' loco...

—"Al baño"... –dice cortante, el "tijera".

—¿Qué...? –pregunta sin entender, Ricardo.

—Que vayamos al baño, "pingüino" –dice a modo de explicación el "cabezón".

Mientras se dirigen a los servicios higiénicos, Ricardo recuerda con angustia las palabras del "pulga": "En las “ligas mayores” compadre, no te pegan una patá’ en el traste si te equivocai’, loco. Te pegan un par de “tunazos”, y te convierten en “animita”, loco". En el baño está orinando un viejo borrachín, que al verlos entrar, los saluda con jolgorio. El "tijera" lo hace a un lado de un empujón, pidiéndole , no de buenas maneras, que salga del baño. El borracho se envalentona y a su vez lo "amenaza" en medio de una persistente tos.

—Vírate, viejo "tuberculoso"... –dice el "tijera" tomándolo por las solapas del sucio abrigo.

—Sí, sí. Me voy a morir de tuberculosis, ja, ja, ja. –dice riendo el viejo, tratando de abrazar al delincuente–. Ven. Ven a "bailar con la muerte", ja, ja, ja...

—Oye, "cabezón", tiéneme' la mochila –dice el "tijera", mientras se desase del viejo, empujándolo fuera del W.C.

Ricardo, observa la escena, con ojos asustados, esperando que ésta dure para siempre, y no tenga que quedarse a solas con el "tijera". Pero la cruda realidad es que todo tiene su fin, y él no quiere que éste sea el de él... El "tijera" pide al "cabezón" que se quede en la puerta impidiendo que alguien entre, mientras él lleva al "Pilo" hacia un rincón del cuarto...

—Mira, "pingüino" –dice tomando a Ricardo, por la solapa, quien lo observa con ojos desmesuradamente abiertos–. Vo' estai' arriesgando a que me hagan "fiambre" por tu culpa. Y antes que pase eso yo...

—Oye, "tijera" –interrumpe el "cabezón"–. No "carguí" al "pingüino", pu' socio. Si el "pitufo" me hizo caso a mí pu', loco. Dale otra oportunidad... pu' loquillo.

—¿Vo' te hací' responsable por él, "balsa"? –responde el "tijera", soltando a Ricardo.

—Yo me hago responsable, pu' loco... Total no pasa na'.

—Está bien. Pásale la mochila... Mira, "pingüino", –dice ahora el "tijera", dirigiéndose a Ricardo– agradece al "cabezón" que vai' a tener otra "chance". Pero te advierto desgraciado : Esta pasá que hiciste a los "fliper", nunca pasó ¿entendiste? –el asustado muchacho asiente con la cabeza–. Nunca me viste a mí... Nunca te encontraste con el "cabezón". Si el "barba" te pregunta, : Vo' te bajaste de la "22", esperaste un rato, y después te subiste a la "35". Si te poní' a "hociconear" con el pulga, o con cualquier otro "pingüino", yo tengo como "datearme", vo' sabís. Y si le mencionai' al "barba" que me viste a mí, o al "cabezón", ... date por "finao'". ¿Oiste?

—Además –dice el "cabezón"–, no podís "venderme" a mí, loco. Yo te estoy salvando el "pellejo", loco. No te olvidí, que estamos toos' metíos' en esto.

—Gra... gracias..."cabezón" –dice con un suspiro de alivio el jovenzuelo–. Putas' con lo que estai' haciendo por mí, ni aunque me maten, voi' a soltar "jeta", socio –dice con seguridad, para congraciarse con los dos delincuentes.

El asustado "Pilo", comienza a recuperar su tranquilidad. Después de todo no han pasado más de cinco minutos en todo este desagradable episodio, y puede explicar sin problemas que la "35" se demoró un poco al pasar. Recordando los argumentos de las películas que ha visto, y como un detalle "profesional", pregunta...

—¿Se molestan si confirmo que el "paquete" esté todavía en la mochila?...

Los dos delincuentes cruzan miradas, sorprendidos. No esperaban tal reacción del "jovenzuelo".

—Me parece una muy buena idea, "pingüino" –dice el "tijera", mirando desconfiadamente al "cabezón"–. En este "negocio" hay que cuidarse el "traste" de toos'. Aquí no hay amigos...

—"Lo mismo digo" –responde el "cabezón", dándose por aludido, y devolviendo la misma mirada de desconfianza al "tijera".

El "Pilo" se siente hinchado de orgullo, al demostrar que, después de todo, el es un "profesional". Pasado el susto, vuelve a adquirir su actitud fanfarrona de siempre. Abre pausadamente la mochila, y emulando al hombre de la barba, moja su dedo meñique con sus labios, lo mete por un pliegue del paquete, y se lo lleva a su lengua, ante la mirada atónita del "tijera".

—¿Qué creís' que estai' haciendo "pingüino"? –pregunta molesto el delincuente...

—¿Y si cambiaron el paquete? –dice por toda respuesta.

Nuevamente los delincuentes cruzan miradas, ahora más sorprendidos.

—Después de todo, este "cabrito", no es ningún "gil" –comenta el "tijera"–. ¡Aprende, "cabezón"!...

El "Pilo" siente que el botón de la camisa le va a saltar del pecho... Ya se siente nuevamente dueño de la situación. «Es buena», dice ante la sorpresa de los delincuentes.

Claro, el nunca ha saboreado cocaína. Solo la ha fumado, y de mala calidad, en "cigarrillos-monos". Pero el sabor ácido y picante del polvo, le hace estar seguro que es genuina. El "tijera" hace lo propio, sin quitarle le vista a Ricardo, aún sorprendido por la "ocurrencia" del muchacho. El "cabezón" se apresura también a dar su veredicto... «¡Concha!... es de la pura», dice muy sorprendido. Los tres salen del negocio de video-juegos, no sin antes cerciorarse que nadie los está observando.



El trayecto en la "35", ocurre sin contratiempos. Siempre observando a los pasajeros, con mirada felina, Ricardo repasa una y otra vez los acontecimientos en los video-juegos. No puede esperar a contarle al "pulga", cómo el "tijera" le dijo al "cabezón" que aprendiera de él. Claro, solo le contará eso. Con respecto a lo demás, el "pulga" tendrá que entender que el trabajo "profesional" no se comenta con nadie, ni siquiera con su mejor amigo. Se imagina que ahora el "cabezón" no tendrá excusas para entregarle "pitos" para colocar en el liceo. ¡Qué pitos!. Ahora le exigirá solamente "monos".

—Cacería de Pingüinos— Cap. 8

— En las Ligas Mayores—

En su casa, Ricardo inventa una excusa para llegar más tarde. No le cuesta mucho convencer a sus "viejos" que va a acompañar a Camila a ver al médico. Sus padres hasta se alegran que esté mostrando algún grado de responsabilidad. Antes de acostarse esa noche, pasa largo rato frente al espejo con sus anteojos de sol, haciendo "poses" de "duro". Subiendo el cuello de su camisa y peinando y despeinando descuidadamente su chasquilla. Ensayó, varias veces, cómo sacar su cortaplumas rápidamente del bolsillo trasero. Incluso desafió, con voz grave, a muchos contrincantes imaginarios que lo cercaban desde todos lados. Luego, agazapado tras su cama, dio cuenta a balazos, de tres "drogos" que lo venían siguiendo.

A la mañana siguiente, apenas pudo esperar a engullir el desayuno y salir "abriendo". Habían asuntos "demasiado importantes" que lo esperaban a la salida del colegio. Le informó a su mamá que almorzaría en el colegio. Impaciente esperó el término de clases, y pidió permiso para retirarse un poco más temprano, según lo convenido con el "tijera". Claramente el "tijera" le había advertido que nadie, ni siquiera el "pulga" debía saber qué dirección tomaba, o para qué lado debía llevar el "paquete". A la salida del liceo, se preocupa de mirar hacia todos lados, para descubrir si alguien lo está siguiendo, tal como lo había visto hacer en una película de "gansters". Camina unas seis cuadras hacia el sector alto, y se introduce en un callejón previamente indicado por el "tijera". Claro, como se considera "profesional", antes de entrar en el callejón, se asegura que nadie lo esté viendo. Si no es ningún "gil". El taxi "Lada" se encuentra estacionado, cerca de la esquina, con la tapa del motor abierta, mientras el "tijera" finge estar reparando una pana. Con un ademán, el hombre de la barba, le indica que suba. Le acompañan, el hombre de terno y otro individuo alto, al cual el "pilo" encuentra pinta de "matón". Le llama la atención no ver al "cabezón".

—Sube, "pingüino" –dice el de la Barba.

El "matón" se baja del asiento, para dejar a Ricardo en medio de los dos hombres. Un fuerte olor a tabaco sale de la boca del "matón", quien lo mira insistentemente, mientras dura la conversación.

—Me informaron que tú nos vas a hacer el "transporte"... Dice calmadamente el de la barba.

—Sí, pu' –responde ufano, el jovenzuelo, tratando de parecer "duro" y experimentado.

—¿Cuántos años tienes?

—"Diecisiete".

—Representas menos...

—Es que soy bajo de estatura.

—¿Ah sí?

—Sí, pu'.

—¿Sabes lo que tienes que hacer?

—Sí. El "tijera" me lo explicó too'.

—Repítelo...

—Debo llevar el paquete que ustedes me van a entregar, hasta el otro lado de la ciudad, en la población Norte, en la Avenida Oriental con Poniente, al lado del estadio Comunal. Ahí debo ubicar a unos vendedores de palomitas de maíz, decirles el santo y seña...

— "Repítelo"...

—"¿Tiene palomitas acarameladas?" y él debe decir: "No pero si tu me traes azúcar... yo te las preparo". Ahí le entrego el paquete.

—¿Y si él te dice "No, no vendemos palomitas acarameladas, pero tráeme otro día azúcar y entonces te las puedo preparar"?...

—Significa que hay "ratis" observando. No saco el paquete y me regreso donde ustedes.

—Te aprendiste bien las instrucciones. Bien.

— «Soy profesional».

—¿Ah, sí? ¿Haz hecho otros trabajos como éstos?.

—Chis' varias veces, pu'.

El "tijera", que ha escuchado el comentario, esboza una sonrisa irónica, mientras sigue fingiendo que repara el vehículo.

—Bien. No olvides que debes tomar un taxibús línea 22, y ...

—...Y bajarme en el correo –interrumpe el "Pilo", deseoso de demostrar que se las sabe "todas"–. Luego tomo una línea 35, para despistar, y sigo hasta el paradero 15 de la Avenida Oriental. Ahí me bajo y busco la calle Poniente.

—Está bien. Ya me demostraste que tienes buena memoria —dice el de barba–. Vamos a ver si ahora haces un buen trabajo. Puedes ganar mucha plata con nosotros si trabajas bien, chico. –El "Pilo" sonríe, mientras se imagina limpiando su equipo "estereo" cuadrafónico, tocando a «todo chancho».

—Toma, éste es el paquete –dice el hombre de terno, pasándole un paquete de aproximadamente medio kilo, muy semejante a los que venden en los supermercados.

Antes de permitir que el muchacho lo tome, el de barba lo abre por la parte de arriba, extrayendo, con sus dedos, una pequeña cantidad de un polvo blanco, que se lleva a la boca. Después de saborearlo, da a probar otra pequeña cantidad al de terno.

—Está correcto –dice el de barba al hombre de terno–. Estamos entre caballeros.

El "Pilo" guarda cuidadosamente el paquete en su mochila, cerrando el cierre. Y emulando a algún personaje de esas películas que gusta de ver, se baja del automóvil diciendo a modo de despedida...

—"Caballeros?..."

El "matón", baja del automóvil, sonriendo ante la candidez del jovenzuelo, permitiendo que éste baje arrugando la nariz por el fuerte olor a tabaco del aliento del hombre.

Ricardo dobla la esquina de la calle por la cual llegó, perdiéndose de vista. El "tijera" baja el capó del automóvil y se acerca a la ventanilla del hombre de barba.

—Ya sabes lo que tienes que hacer –dice lacónicamente el hombre.

El "tijera" asiente con la cabeza, dirigiéndose por la misma dirección en que se fue el muchacho.

—Supongo que no lo perderás de vista... ¿Verdad? –dice el de terno.

—¿Por quién me tomas? –responde casi ofendido, el de barba–. El "tijera" lo sigue en la citroneta. Tengo otro cerca del correo, que se va a asegurar que tome la locomoción correcta.

El de barba sonríe.

—Cacería de pingüinos— Cap. 7

—Traspaso de “trabajo”—

A medida que se acerca el día de la “entrega”, el “pulga” se pone más nervioso. Ya no puede calmar los fuertes dolores de estómago que ha comenzado a sentir durante los últimos días. Hasta su mamá se ha preocupado por el inesperado insomnio que afecta a su hijo. La otra noche tuvo hasta una pesadilla. Se veía huyendo de los detectives, que lo seguían y le disparaban. Trataba de sacarse la pesada mochila de la espalda. Pero ésta estaba “pegada” fuertemente a sus hombros, y no podía liberarse de ella. Cuando por fin lograba llegar a su destino, unos hombres muy grandes, habrían la mochila, y al ver que estaba vacía lo apuñalaban reiteradamente. Ese día despertó bañado en sudor. Ya no podía soportarlo. Tenía que contárselo a alguien o se volvería loco. ¿Pero a quién? El Rolando era un infantil. El flaco Frías, era capaz de contárselo al profesor para pedir una “orientación pedagógica”. Como la última vez cuando le confesó al profesor que habían sido ellos los que se robaron las tizas de colores, para rayar paredes, para que les diera “consejo formativo”. «Lunático». Y ni pensar en el “Pilo”. El “cabezón” ya le había advertido varias veces sobre él.



Esa mañana, un día antes de la “entrega”, había amanecido especialmente tembloroso. Parecía que las piernas no podían sostenerlo. Ricardo estuvo casi toda la mañana insistiendo en que él sabía que algo le pasaba. Y que si no era capaz de contárselo a él, dónde quedaban los amigos. En la tarde, el “pulga” no pudo resistir más la presión, y llamó a Ricardo al baño de los hombres.

—Oye, loco. Mira, escúchame. Te voy a contar algo, pero júrame por tu madre... no, ... por la Camila, que no se lo vas a contar a nadie...

—“Guena”, loco. Si vo’ sabí’ que nunca te he vendio’ pu’... no me salgai’ con esa ahora...

—No, pero... júramelo, loco... júramelo por la guagua de la Camila, loco.

—Ya, está bien. Te lo juro –responde Ricardo, haciendo el gesto de juramento.

—No, pero... por la guagua de la Camila, compadre...

—Ya, oh... Te lo juro por la guagua de la Camila, que también va a ser mi guagua, pu’ loco... No me quiero ni acordar, compadre –dice, llevándose una mano a su cabeza, y cerrando los ojos–. Mis taitas quieren hablar con los viejos de la Camila pa’ casarme. ¿Te dai’ cuenta, loco? Mis propios viejos me quieren joder... ¡Dónde vamos a llegar en este país pu’ loco!...

El “pulga” se presiona la parte superior de su nariz, cerrando fuertemente sus ojos, como sacando fuerzas de flaqueza para poder hablar.

—Mira, socio –dice finalmente con un suspiro, desestimando las desenfadadas lamentaciones del “Pilo”–. Me enredé con los “drogos” grandes, compadre...

—Aah, pulento, loco... Nosotros te vimos el otro día, con el Rolo’, cuando te encaramaste al “Lada”... ¿Y?

—En un principio yo también lo encontré “buena onda”, pu’ loco. Pero ahora ya me hago en los pantalones pu’ compadre...

—¿Por qué, socio?

—Por que en las “ligas mayores” compadre, no te pegan una patá’ en el traste si te equivocai’, pu’ loco. Te pegan un par de “tunazos”, compadre, y te convierten en “animita” pu’ loco.

—¿Y qué es lo que tenís’ que hacer?

—Llevar un paquete al otro lado de la ciudad y entregárselos a unos gallos que van a estar vestidos de vendedores de palomitas de maíz..

—¿Y eso es todo?

—¡Qué!... ¿Te parece poco, loco?

—Chis’ pero si eso es lo más papa’ del mundo, loco. Eso lo hago yo, con los ojos cerrados, pu’ loco.

—Claro, vo’ lo decí porque no soi’ vo’ el que va a arriesgar el pellejo, pu’ loco.

—¿Y qué tanto, loco? ... Si querís’ yo te acompaño...

—¿Estai’ más gil?... No sé cómo te estoy contando, loco. Si este atao’ no tenía que decírselo a nadie, compadre... a nadie. Te lo cuento a vo’ porque me hai’ estado “hinchando” todo el día no más, y bueno, por que ya no me lo aguantaba más, loco...

—¿Y qué hay en el paquete, compadre?

—No me lo dijeron, pero obvio que es “drogueli”, pu’ loco. Debe valer re’ mucho, loco pa’ que me ofrecieran cincuenta lucas.

—¿Cincuenta mil, por ir a dejar un paquete? ¿Y cuántos paquetes tenís’ que llevar?

—No sé. No me dijeron. Pero si lo hago bien, me van a mandar too’ el tiempo, supongo...

—Puchas’ socio. Yo me conformo que me enviaran unas dos veces,... no, unas cuatro veces no más. Chis’ con esa “tucá”, me compro un “estereo” de miedo, compadre, con unos parlantes así, loco...

—Oye, ¿Vo’ hay estado escuchando lo que yo te digo, loco? ¿No escuchaste que te estoy diciendo que me pueden dar unos “tunazos”, si me va mal?



Ricardo ríe ante el temor del "pulga". ¿Qué puede pasar con ir a dejar un simple paquete de un lugar a otro?. "La vida tiene sorpresas" reza una popular canción. Y a veces teje dramas, que se ciernen sobre los incautos cual tragedia Griega. Pero el "Pilo" piensa que él es «agallao'», no como el "pulga", que se «'mea' en los pantalones», cuando tiene que hacer un "trabajo" importante. Si fuera él quien llevara el paquete, «lo haría en "tres tiempos". Y además les compraría un paquete de palomitas, a los gallos, pa' despistar». Éso es ser "profesional". La vida, cual araña gigantesca, teje dramas... Y en este caso el tejido no es para el "pulga". Su repentino temor, lo ha rescatado de la "araña", aunque él todavía no lo sabe.

—Oye, "pulga". ¿Y vo' no podí' hablar por mí, loco? Yo también podría hacer entregas importantes, compadre. Y a mí no se me harían gelatinas las "patas", loco... –dice, adoptando esa ridícula facha de "duro" que molesta al "pulga", y lo hace arrepentirse de haberle contado el cuento.

—Oye, "asopao",... ¿Vo' creís' que es "chiste" meterse con esos gallos, loco?. Madura, loco... –dice el "pulga" mientras vacía su vejiga en el urinario.

—Bueno, "gallinita co-co", ja, ja, ja. –se burla Ricardo, dando un golpe en la espalda a su amigo, haciendo que se moje los pantalones con su orín– Si "ponís' reversa", les decí' a los "drogos" que "todo pasando" conmigo, loco.

—Oye, loco me hiciste mojarme los pantalones , "asopao'"...

—Ah, yo creí que ya los traías mojados de antes, loco, ja. ja. ja.

«Mojón inflao'».

Durante la siguiente hora de clases, trata en vano de concentrarse... Se siente enfermo... Siente un nudo en la boca del estómago. Si solo pudiera cambiar con el agrandado del "Pilo". Total,... él estaría feliz de encargarse de la entrega. La idea de amanecer enfermo al día siguiente y no cumplir con el "trabajo" se posesiona cada vez más de su afiebrada mente. Faltando unos minutos para el término del día de clases, toma la decisión: Se acerca al profesor apenas suena el timbre de término de clases...

—Señor...

—¿Sí, "pulga en el oído”?... ¿Qué te pasa, hombre? Hace días que te noto pálido y ojeroso...–dice el profesor, poniendo su mano sobre el hombro del muchacho–. No me vayas a decir que estás fumando "yerba", pu' Pizarro...

—No, profe, cómo se le ocurre... Lo que pasa es que hace días que ando enfermo del estómago. Me dan unas "diarreas" cototas' profe. Pa' más, casi no duermo bien. Me dio "insomio".

—"Insomnio"....

—Yo de eso quería hablarle, profe... Mañana quiero ir a ver al doctor, porque mi mamá se está preocupando mucho que no duermo. Y a lo mejor voy a tener que pegarme la falla varios días.

—Me parece una buena idea. Si traes el certificado médico de atención, no va a ver ningún problema. ¿Estás seguro que no tiene nada que ver con...?

—Na´que ver, profe. Tranquilo... Usted sabe que yo no le hago a esas cosas pu’ señor...

—Está bien. Si tú lo dices, te creo.



Apenas abren la puerta del liceo, el “pulga” se apresura a salir en dirección al paradero de locomoción colectiva. Ni siquiera desea toparse con el “Pilo”. Lo único que quiere, es estar en su casa, lejos de los “drogos”.

—Hola, “pulga”...

El saludo del “tijera” lo hace dar un sobresalto. No se lo esperaba. Trata de dominar el temblor de su voz. No quiere dar a entender que se ha acobardado.

—Ho...hola, “tijera”. ¿Qué hay? –responde lo mas tranquilo que puede aparentar–. ¿No ibas a venir mañana?

—Claro, pu’ “socio”. Pero tenemos que fijar la hora, y dónde nos vamos a encontrar. No pensarís’ que vamos a andar con el “paquete” bajo el brazo, pu’ loco...

—Oye, “tijera”. De eso quería hablarte... Lo que pasa, socio, es que me enfermé hasta la tusa. ¿Sabís que ando con unas “diarreas” re´grandes, socio?. Putas’ lo que más siento son las cincuenta lucas,... pero no voi’ a poder hacer la entrega, socio... ¿Podríamos dejarlo pa’ otro día?

—¿Me estai’ “vacilando”, “pingüino”? –dice el “tijera”, cambiando inmediatamente el tono de la voz. Eso precisamente es lo que hace que el “pulga” sienta nuevamente los retorcijones de estómago–. ¿Vo’ creí’ que les voi’ a decir a los gallos que hicieron medio atao’ pa’ mover la “diosa”, que vamos a tener que “chantar” too’ porque el “piloto” se enfermó? ¿Tai’ enfermo del mate, loco? ¿O querís’ que me lo “manden a guardar”?..

—Yo entiendo, “tijerita”, pero ¿qué puedo hacer, pu’ “socito”? Si camino tres pasos y tengo que salir apretando cachete pal’ baño, pu’ socio...

—Ese es tú problema, “pingüino”. Te ponís un corcho y “pilotiai’” o te vai’ cortao’ –dice en tono terminante, el “tijera” y con cara de no muy buenos amigos.

El “pulga” comienza a sudar por la espalda, y por un momento no sabe si es la transpiración que le corre por entre los glúteos, o es que va a necesitar calzoncillos limpios.

A cierta distancia, el hombre de barba y otro individuo delgado, de terno y corbata, observan la conversación desde el táxi.

—¿Qué pasa, que noto al “tijera” medio alterao’? –dice el de terno.

—No sé. Parece que hay problemas... “joder”.

—¿Investigaron bien al “pingüino"?

—Sí. Es de fiar. Ya ha hecho otros trabajos para nosotros... No te preocupes.

—No, si yo no me preocupo. El que tiene que preocuparse eres tú. Tú y tu gente. No te olvides que es la primera entrega con los “cholos”, y no quiero que nada salga mal... nada.

—Lo tengo muy presente.

—“Te vale”.

—Mira, ahí viene el “tijera”...

—Hay un problema –dice el “tijera”, sobando su barbilla mal afeitada, una vez que alcanza la ventanilla del automóvil.

—“Soluciónalo” –dice parcamente el de terno.

—Necesito la autorización de usted, jefe.

—“Vomita” –dice el de terno.

—Es que el “piloto” se enfermó. Anda con “diarrea” y no puede ni caminar

—¿Y por lo tanto?... –pregunta el de barba.

—Existe la posibilidad de cambiarlo por otro que también usamos, y que ya nos ha hecho otros “trabajos”...

—¿Y es bueno? –pregunta el de barba.

—Al menos hasta ahora nunca nos ha fallado...

—¿Y sabe el oficio? –pregunta ahora el de terno.

—Bueno... antes trabajó con la competencia, y conoce bien el mercado. Ha hecho otras entregas grandes... es “profesional” –miente el “tijera”, para salir airoso del problema.

—¿Qué dices tú? –pregunta el de terno, al de barba–. Después de todo ustedes son los que ponen en “traste”...

—Mmmm... Está bien. Si el “tijera” lo conoce...

El de barba le hace un gesto con la cabeza al “tijera”, asintiendo. El delincuente regresa donde el “pulga”.

—Esta bien, "pulga". Está hecho. Anda a buscar al... ¿Cómo se puso, el "balsa"?... Ah, el "Pilo"...

«¡Encantadísimo!».

El "pulga" debe hacer verdadero esfuerzo por evitar la sonrisa que puja por apoderarse de su transpirado rostro. Le invade una alegría desatada. Por poco le da un beso al "tijera".

—Oye, "pulga"... Supongo que cachai' que las cincuenta lucas, se las vamos a tener que pagar a tu amigo.

—No, no, por supuesto... lógico. Está bien. Pa' la otra será pu' –responde condescendiente el jovenzuelo, tratando de parecer afectado...

Ya pensará algún "drama", para que esa otra vez no sea nunca... Por último le echa la culpa a su "vieja".

El "pilo" no puede creer su "buena suerte". Incluso hasta dio las gracias, el iluso. Al "pulga" ya no le quedan dudas que el "cabezón" tenía razón en cuanto a su amigo.: agrandado y "payaso". De todos modos espera que no le pase nada. No se perdonaría que le ocurriera algo. Fijo que tendría pesadillas con él. Y capaz que viniera con los "monstruos del pantano" a llevárselo por las "patas".