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El autor.















LAS FIESTA- 3er. Cuento del libro "Cuentos de pingüinos"

“LA FIESTA”

Un cuento He´Mem
2006

         La madre de Arturo, se le queda observando, tratando de encontrar algún otro argumento que haga recapacitar a su hijo, pero parece que Arturo está empecinado en salirse con la suya.

––Lo que pasa es que tú nunca confías en mí, mamá. –dice Arturo con voz taimada– Apuesto a que si mi papá estuviera vivo, él me daría permiso...
––No sea mala pu' señora Ana –interviene Marcos, el amigo de Arturo–. Dele permiso... Yo me responsabilizo por él.
––No me hagas reír, Marcos –exclama doña Ana, mientras pasa un paño de cocina sobre la mesa–. Tú apenas tienes catorce años...¿ Y pretendes hacerte responsable por otro mocoso de quince? Acuérdate la última vez que me pidieron permiso para salir juntos a la playa. Llegaron como a las diez de la noche, y me tenían toda preocupada.
––Sí, pero acuérdese que en la playa nos encontramos con mi tío y él nos trajo en su auto –se defiende Marcos.
––¿Y yo soy adivina? ¿No pudieron avisar? –pregunta con los brazos en jarra. Luego pone el mantel sobre la mesa y se dirige a la cocina, seguida por los dos jóvenes.
––Es que no había cómo avisarle, pu' mamá –dice Arturo–. Si ni siquiera tenemos teléfono. Si mi papá...
––Sí, si, si... Si tu papá estuviera vivo, seguro que pondría teléfono ¿no?. –dice en tono irónico doña Ana, mientras pasa detergente a la vajilla sucia–. Parece que a ti se te olvida que la pensión de tu papá apenas me alcanza para alimentarlos a ti y a tu hermana, y no me alcanza para poner teléfono. Además no lo necesitamos. Nadie me llamaría. Seguro que solamente serviría para que ustedes pasaran hablando todo el día, y yo la tonta tendría que hacerme cargo de pagar la cuenta a fin del mes.
––Señora, Ana –vuelve a la carga Marcos–. Es que nosotros ya nos comprometimos con los amigos del grupo. Además, si usted no le da permiso al Arturo para salir, nunca va a conocer amigos... ¿verdad Arturo?
––¡Esto sí que está bueno! Ustedes hacen sus compromisos, y ni se acuerdan de preguntarle a sus papás, si ellos están de acuerdo –exclama la mujer, volviéndose hacia los muchachos, divertida–. Además me preocupan algunos de esos "amigos", que llamas tú. No me gustaría que Arturo se juntara con muchachos pandilleros o garabateros.
––Ay, mamá, si los cabros son los compañeros de curso, y son buena onda –protesta Arturo–, no son "patos malos". Además la casa del loco donde vamos a ir, es casa de familia respetable.
––Oye, oye. No me hables, de "buenas ondas" ni de "locos", que no entiendo nada. ¿Y se puede saber dónde es esa casa respetable? –dice doña Ana, entre en serio y en broma.
––En la casa del Heriberto... –contesta Arturo, sin mencionar el apodo del "pulga" a propósito.
––¿Heriberto? No recuerdo a nadie con ese nombre... ¿Qué apodo tiene? Por que aquí en la población a todos le ponen apodos...
––No tiene apodo pu' mamá. ¿No te digo que es gente respetable? –miente el muchacho, para no delatarse.
––Bueno, si tú lo dices. En todo caso no me gusta nada la idea de dejarte ir de noche, hijo. No me gustaría que te metieras en problemas con alguna de esas pandillas...
––Esté tranquila, señora Ana –sale en defensa Marcos–. En la fiesta van a estar los hermanos mayores del pul... quiero decir del Heriberto. Y ellos son bien responsables, por que los papás de ellos son re' fregados...
––Mira, Negro... esa no es ninguna garantía para mí, porque si vamos a hablar de ser responsables... hay cada ejemplar entre los muchachos de hoy? . Acuérdate lo que pasó la otra vez en una de esas fiestas de este barrio... Hasta los carabineros llegaron... y no precisamente a bailar.

Doña Ana, continúa con el lavado de la vajilla. Los dos muchachos se miran entre sí, como buscando alguna salida para rebatir tan contundente argumento.

––Ya, ya, pu'...mamá. No le ponga tanto color –dice finalmente Arturo–. Esa fiesta que usted dice, la hicieron los 'locos' del barrio. Esta que vamos a ir nosotros es una fiesta del curso. Na' que ver pu' ¿ve?
––¿"Que vamos a ir"?... –pregunta doña Ana, fingiendo seriedad–. No sabía que ya tenían permiso para ir, los "viudos"...
––Bueno, que vamos a ir, si usted me da permiso –dice taimado, Arturo.
––A mí ya me dieron permiso –dice triunfante, Marcos–. Es que mi mamá me tiene confianza...
––¿Y se puede saber qué estás insinuando con eso? ¿Qué yo no le tengo confianza al Arturo?

Arturo no puede disimular la sonrisa espontánea en su rostro, al notar que el comentario de su amigo, ha provocado a su madre, a su favor.

––No pu' señora Ana. ¿No ve que se me va pa' otro lado? –dice el jovenzuelo sonriendo, mientras intercambia miradas con su amigo–. Usted sabe que nosotros no andamos metidos en ningún "drama". Además el Arturo pasó de curso igual que yo. Y él no pudo ir a la fiesta de fin de año de los primeros, porque estaba enfermo. Corresponde que usted lo premie por haber pasado de curso. Además no le hicieron ningún regalo...
––¿Eso te dijo él? –responde doña Ana, mirando a su hijo que devuelve la mirada extrañado–. ¿No te dijo que su tío le regaló un uniforme completo para este año? ¿Tampoco te contó que yo, con mucho sacrificio le regalé zapatos nuevos, bolsón nuevo y esas famosas zapatillas marca Roler..."no sé cuanto"?, –en este punto, Arturo mira al cielo, como preparándose para escuchar el consabido "rosario" que, según él, siempre le da su madre–. ¿Y que me costaron más caras que la mentira? –continúa su mamá–. , y que si no hubiera insistido tanto en que tenían que ser de esa marca, porque "todos los compañeros tienen de esa marca", podría haberme comprado la licuadora que tanta falta me hace, y hasta me habría sobrado plata...

Después de un instante de silencio y reflexión, mientras ambos jóvenes intercambian miradas, Arturo se atreve a contra argumentar...

––Oiga mamá. Si nadie le está desconociendo eso. Lo que pasa es que el Marcos se refiere a regalos de esos que no son para la escuela. Como por ejemplo una bicicleta, una radiocaset...eso...¿verdad Marcos? –su amigo asiente.
––Si yo entiendo, Arturo –contesta su madre, mientras seca la vajilla y la guarda en cajones de la cocina–. Es que a veces me da pena que tú, que eres el “hombre de la casa”, no seas capaz de entender que hay cosas que son más importantes que esas cosas que tu mencionas, como bicicleta y esas cosas... ¿Tu crees que si me alcanzara el dinero, no te las compraría?. Pero tengo que preocuparme que no les falte nada a ti y a tu hermana. –Arturo nuevamente mira al cielo, buscando paciencia en las nubes–. ¿Qué explicación podría yo darles, si un día se sientan a la mesa y todo lo que haya para comer sea una rueda de bicicleta, o un parlante de “radiotocacasett”?
–– “Radiocaset”, mamá.
––Bueno, como sea. Por otro lado, –continúa doña Ana, mientras el pié derecho de Arturo parece que sigue el compás de alguna melodía silenciosa, que suena en los cielos y que el joven escucha de brazos cruzados–. ¿Tu crees que no me da pánico pensar que un día te pudiera pasar algo, si andas solo en la noche, hijo? ¡Ahí si que me volvería loca! Imagínate... perder a tu padre y después a mi hijo...
––¿No le estará poniendo mucho, mamá? –dice impaciente el muchacho–. Cualquiera diría que por ir a un baile de curso, me van a raptar los extraterrestres, o me va a salir el “chupacabras”...

La salida del muchacho causa la risa contenida de su amigo, que es observado por doña Ana.

––¿Y qué es lo que te causa tanta risa, Negro? –dice doña Ana fingiendo seriedad.
––No, nada, señora Ana. Si no me estoy riendo –responde preocupado Marcos.
––Oye, pu’ mama... Yo...

Arturo no alcanza a terminar su frase, cuando es interrumpido por su hermanita, en pijamas en la puerta de la cocina...

––Mami... mami, un señor está peleando con una señora en la tele, y la está mordiendo... y están sin ropa...
––¡Maruja!, ¿quién te autorizó a levantarte de la cama, y prender el televisor? –responde doña Ana, secando sus manos en el delantal, mientras se dirige a tomar en brazos a su hija...

Arturo, que está cerca de la puerta, se vuelve hacia el living, para observar qué estaba viendo en el televisor su hermanita...

––Oye mamá –dice entre sorprendido y risueño–. ¿Viste lo que estaba viendo esta cabra chica en la tele? Ja, ja, ja, y estaba calladita, y nosotros no nos habíamos dado ni cuenta... Ja, ja, ja.
––Marujita, una niñita de cinco años no debe estar viendo esos programas para gente mayor –dice su mamá, mientras la lleva a su cama–... ¡Y tú tampoco, Arturo!... ¡Apaga ese televisor! –dice desde el dormitorio, mientras acuesta a la niña.

Arturo y Marcos, quienes muy interesados miran la televisión, se encogen de hombros y apagan en aparato, al verse sorprendidos por doña Ana. Al cabo de un instante doña Ana regresa del dormitorio.

––Arturo, hijo... –dice doña Ana en tono comprensivo–, tu no sabes lo peligroso y corrupto que está el mundo. Yo quiero darte permiso, pero tengo tanto miedo que te pase algo.
––Yo sé mamá. Pero te aseguro que no me va a pasar nada –dice con convicción el muchacho, al notar que la determinación de su mamá está flaqueando–. Mira... la casa del Heriberto queda a solo seis cuadras de aquí. Y nos vamos a venir todos juntos, los que vivimos para este lado... Ya pu’ mamá... qué te cuesta...
––Si, pu’ señora Ana. Diga que bueno... Total nos vamos a venir temprano –refuerza los ruegos de Arturo, su amigo.
––Ya... váyanse mejor –dice doña Ana riendo–. Son como las nueve... a las once a más tardar traes a Arturo, Marcos, por favor. No quiero que los "cogoteen" por venirse muy tarde.
––¿A las once? –exclama Arturo poniendo cara de sorpresa–. ¿Está soñando, mamá?... Si a las once recién empiezan a llegar los niños. ¿En qué mundo vive, mamá?. Si la época de los malones con "tiket" para sacar a bailar a las niñas ya pasó de moda hace mucho tiempo, pu', mamá. No sea mala onda...
––Nada de “mala onda”. Entonces a las doce y no más. Acuérdate que mañana tú y Marcos tienen que ir a la escuela. –responde doña Ana, en tono determinante–. No sé por qué no hicieron su fiesta ayer sábado. Así no hubieran tenido que preocuparse tanto por la hora.
––Es que ayer no se podía, porque el papá del... Heriberto, tenía que entrar al turno de sereno a las 5 de la mañana, y estaba durmiendo... pero ahora...
––Entonces la podían hacer en otra casa... –insiste doña Ana.
––Pero es que las otras casas son muy chicas, y además no la prestan los papás...
––Por algo será... por algo será... –dice doña Ana con divertida ironía.
––Vámonos Arturo. No sea cosa que tu mamá se arrepienta –dice sonriendo Marcos–. Yo me lo traeré a las doce, señora Ana, no se preocupe. ¿ Vamos, Arturo?.
––Puchas, que mala onda –dice el muchacho con resignación–. Bueno, qué le vamos a hacer. Vámonos, para que alcancemos a bailar algo siquiera...

Los dos jóvenes se despiden de doña Ana, en medio de recomendaciones y aprensiones de la mujer, y se dirigen a casa de Heriberto, el "pulga". Arturo no puede dejar de sentirse abrumado por los recordatorios de su mamá. Las burlas de sus compañeros de curso, resuenan en sus oídos...

––"...el Arturo tiene que pedir permiso a su mamá para ir al baño. Si no le dan, se mea en los pantalones, ja, ja, ja."– " No, si él ya es grande, por eso lo mandan a comprar pan al almacén de la esquina... Siempre que vaya con su hermana para que lo cuide, ja, ja, ja." – "Él y el Marcos Soto, son "patos malos". Varias veces se han ensuciado la ropa...¡sin permiso de su mamá!... jua, jua, jua."... – "El año pasado encontraron muerto un ratoncito, y se los llevaron presos, por delincuentes... ja, ja, ja.".. –.Todos dicen que fue el Arturo que se lo "echó", por un problema de “droguerfords”. Pero nadie se atreve a acusarlo, ja, ja, ja."

El rostro de su madre se le aparece preocupada...

––"Cuida tus ‘juntas’. Arturo... Mira que las cosas malas se pegan como ‘grasa de auto’. Después es imposible sacársela del cuerpo."

¿Habrá hecho bien con acompañar a Marcos a la fiesta?. Marcos, como adivinando los pensamientos fugitivos del Arturo, se encarga de tranquilizarlo.

––No te preocupes, compadre. No pasa na'. Nos venimos temprano, para no preocupar a tu mamá.
––Oye, Marcos... ¿Y tu mamá no te dijo nada, porque íbamos a la fiesta?
––¿Mi mamá?, No pu’. Si ella me había prometido darme permiso si me sacaba un 6 en matemáticas. Y cómo me saqué un 6,5... Lo que más me da risa, es que ella nunca se imaginó que yo me iba a sacar más de un 4, ja, ja, ja. Por eso se arriesgó a prometerme el permiso.
––Si. Yo tampoco me imaginé... Tú nunca sacas mas de 4 en matemáticas... ¿Cómo lo hiciste?... Yo apenas me saqué un 4,5.
––Es que le copié al Mauricio... Ese se saca puros 7...
––Ah. Es que la mamá de él es profesora de Matemáticas... así hasta quién...
––Oye, pero el pobre también tiene que estudiar re’ mucho pa’ que yo lo pueda copiar bien pu’, ja, ja, ja.
––Yo no puedo copiar ¿sabís’? Mi mamá dice que si lo hago, me engaño a mí mismo no más... Además si trato de copiar, me pongo nervioso y me echo al agua altiro’...
––Si yo sé que a tí te criaron de otra manera, pu’ Arturo. Mi mamá siempre me dice que a ella le gustaría que yo fuero como tú. Pero a veces te ponís’ re’ "rancio", pu’Arturo...
––Es que siempre que voy a hacer algo malo... me acuerdo de mi papá, y de las cosas que me decía. Y ya no puedo hacer nada... porque me parece que él me estuviera mirando.
––No me vas a decir que se te aparece el espíritu de tu papá y...
––Ja, ja, ja. No seas loco, Marcos... ¿‘De aónde’ sacaste eso?... Me refiero a que cuando me acuerdo de él, es como si lo viera... no que lo vea de verdad.
––Ah, menos mal... ya me estabai’ dando "julepe"... Ja, ja, ja.

Los dos amigos se abrazan riendo de la imaginación de Marcos. Al cabo de caminar unas 6 cuadras, llegan a casa de Heriberto, “el pulga”.

Capítulo 2

         La casa del "Pulga" está ubicada en un pasaje angosto del barrio colindante. El pasaje, malamente iluminado, produce una sensación extraña, como si estuviera inmerso en un oscuro barrio de una de esas películas de policías y maleantes. Fuera de la casa, de bloques sin estucar, un grupo de muchachos adolescentes ríen y conversan animados, mientras fuman un cigarrillo que se pasan unos a otros. Dentro de la casa, completamente a oscuras, se escucha música Tecno-trance, a todo volumen. Una muchacha extremadamente delgada, de unos 15 años, con sus ojos exageradamente pintados, vestida con una minifalda de cuero negro y polera verde sin mangas, saluda a Marcos...

––Hola. Qué bueno que llegaste, loco. ¿vas a bailar conmigo,? Los 'cabros' empezaron temprano, porque mañana hay que ir a la escuela –luego se dirige a Arturo–. Hola Arturo...
––Hola, "Pita"...

La muchacha saluda a los dos jóvenes con un beso en la mejilla,. Las otras dos muchachas que le acompañan hacen lo mismo. Los tres muchachos adolescentes saludan con un golpe de palma a los dos amigos.

––Hoy día voy a bailar con todas, pa' que no se peleen, –dice Marcos, haciéndose el gracioso–. ja, ja, ja.
––Ay, dónde la viste, bailarín. ¿Y tú, Arturo? –pregunta una de las jovenzuelas, de unos 14 años, vestida con unos jeans azules y peto rojo, amarrado a la espalda–. ¿Vas a bailar?.
––Les presento al "vacan" Arturo Poblete –se apresura a bromear Marcos, antes que su amigo alcance a responder–. El "bailador" más grande del mundo... Se baila hasta los comerciales, ja, ja, ja.
––No le pongai’ pu’, Marcos. Si sabís’ que no bailo muy bien... –responde algo avergonzado, Arturo.
––Oye, Arturo –dice Dina, una de las muchachas, de unos 16 años, agraciada de rostro y bonita figura. Lleva puesto un vestido corto, de seda azul–. ¿Vamos a bailar?
––Oye, Dina –dice Rolando, uno de los muchachos–, no lo aprietes mucho, mira que es medio tímido, y capaz que se nos asuste y salga "rajando cachete", ja, ja, ja.

Arturo no puede evitar sentir que el rubor le suba por las mejillas. Las bromas de sus amigos logran avergonzarlo, por lo que sonríe tratando de parecer lo mas calmado posible. Las otras dos muchachas riendo coquetamente, arrastran a Arturo y los otros hacia dentro de la casa.

––Oye, Pulga, ¿Están tus papás? –pregunta Arturo.
––Se fueron donde mi tía Antonia, pero dejaron al ‘loco’ de mi hermano grande a cargo de la fiesta... ¿Querís’ una pitiá’? –pregunta el "pulga", queriendo parecer condescendiente. Jovenzuelo de unos 17 años, delgado, rubicundo, de ojos claros, lleva puesta chaqueta de cuero y jeans.
––No, gracias. Si sabis' que no fumo –responde Arturo, algo nervioso, temiendo que los jóvenes se burlen de él.
––Que no te dan permiso dirás mejor, compadre. Ja, ja, ja, ja -interviene el otro jovenzuelo, al que llaman "el flaco", de unos 15 años. Tiene puesta una camiseta deportiva de un club de primera división, y pantalones cortos.
––A claro pu' –interrumpe Verónica–, seguramente a ‘vos’ sí te dan permiso.
––A mí mi taita no me dice nada comadre –responde el muchacho, haciéndose el interesante.
––Por que no te ha visto, pu' -dice Marcos-. El día que te pillen te van a hacer comer el cigarro, como se lo hizo el papá del Rolando, ja, ja, ja.
––¡Oye, compadre! –reacciona el aludido–. A mi no me ‘joden’ los viejos. Mi taita nunca me ha hecho comer el cigarrillo. Esos son cahuines’ que anda corriendo el picota del Flaco. Y todo porque a él no lo dejan fumar, ja, ja, ja.
––¿Y porqué cargas conmigo, Rolo?. –se defiende el “flaco”– Ya dije que a mí no me dicen na’ en la casa. Pa’ que sepai’, mi taita fuma conmigo, loco. Y a veces me pecha cigarrillos a mí...¿Cómo te quedó el ojo, loco?...
––Bueno, bueno, bueno. Se para la discusión –interviene Dina–. Queda claro que el único que parece que no fuma aquí, es el Arturo...
––Este es el segundo "Mino" que conozco que no fuma –dice Verónica, "la Vero", mientras da la última pitada al arrugado pucho, tirándolo al suelo.
––¿Ah sí?. ¿Y quién es el otro? –pregunta intrigada Dina.
––El cura de la Iglesia, Ja, ja, ja, ja –responde en una escandalosa risotada, mientras los demás se unen a su jolgorio, menos Dina quien da un pellizco en el brazo a su amiga.
––¡Ay, tonta, que me duele! –protesta "la Vero"–. Esta loca cree que tengo los brazos de fierro.
––Eso es para que no me estís' balanceando –responde Dina, mientras toma del brazo a Arturo–. ¿Vamos a bailar, Arturo?

Sin esperar la respuesta del muchacho, lo conduce hacia el centro de la pista, entre cuerpos que se mueven frenéticamente y que Arturo apenas puede esquivar, por la total falta de iluminación. El joven recuerda que la última vez que bailó, fue en casa de Marcos, para su cumpleaños, y en esa ocasión no lo hizo muy bien, al menos eso es lo que él piensa. Pero ahora nunca sabrá si bailó bien o no. ¡Nadie lo verá en la oscuridad!. Después de todo, la oscuridad ayuda bastante a que no se note el rubor que ha invadido sus mejillas. En un momento se mueve lo mejor que puede, pero no puede ver si está frente a Dina, o a otra muchacha. Solo ve siluetas en la oscuridad, puesto que sus ojos aún no se acostumbran a la oscuridad.

––" Oye Dina, ¿Con quién estás bailando..."? –escucha susurrar entre la música, a alguna muchacha.
––" Con el Poblete" –responde Dina, lo que permite a Arturo saber que aún está junto a ella.
––" Está super-rico" –se escucha, entre risitas nerviosas.
––"Sí".
––"Déjame bailar con él.".
––"Después".
––"¡Ay!, cuidado".
––Perdón –exclama Arturo al percatarse que ha dado un codazo involuntario a alguna invisible muchacha.
––"Está bien, ‘papito’, no te preocupes."

Arturo siente cierta preocupación. Le preocupa no poder controlar el rubor de sus mejillas y el temblor de la voz, cuando se pone nervioso. ¡Ojalá no enciendan la luz!. Al fin termina la música. Arturo trata de caminar hacia algún costado de la habitación, pero parece que nadie quiere moverse de su lugar. Antes de que logre su propósito, la estridente música comienza de nuevo.

––Vamos, Arturo, sigamos bailando! Está superbuena la música –dice Dina, tomándolo de la mano, al notar las intenciones de fuga del muchacho.
––Yo...

La música no deja oír su débil protesta, de modo que nuevamente se encuentra moviéndose, al son de la música tropical, y de los gritos y risas de los otros bailarines. Después de un rato, en que parece que la cabeza se le va a caer de los hombros por la vibración de los parlantes, Arturo “ve” con alivio que el tema termina. El encargado de poner la música, toca un bolero de Luís Miguel, ante los gritos de los solicitantes.

––“¡ Ya locos, aprovechen de “agarrar” de todo, ja, ja, ja!” –se escucha desde un rincón oscuro de la habitación, ante la risa de los bailarines, y las protestas de algunas muchachas.

Dina se ha asegurado de retener de la mano a Arturo, hasta que el tema comienza. Se cuelga de su cuello con sus dos brazos, poniendo su cabeza en el hombro del muchacho, quién, perturbado, solo atina a seguir como puede los pasos de Dina al bailar. Para ese momento sus ojos se han estado acostumbrando a la oscuridad, de modo que distingue mejor al grupo de jóvenes de diversas edades que, ahora en silencio, bailan apegados entre las bromas esporádicas de los que observan desde fuera de la pista de baile. Al final del tema, Dina le ofrece un vaso de licor con bebida. Después de tomarlo, Arturo se apresura a disculparse, inventando un urgente deseo de ir al baño, con el propósito de liberarse de su fogosa compañera de baile.

––Mira, tienes que salir por esa puerta –indica la muchacha–, y luego en la segunda puerta, a mano izquierda, está el baño. Golpea primero, para ver si está ocupado. Te espero ¿ya?

Capítulo 3

Con cierta dificultad, Arturo se abre paso entre los jóvenes. En el pasillo que indicó Dina, solo hay una puerta, al lado izquierdo. Pensando que la muchacha tal vez se equivocó al darle las indicaciones, pulsa suavemente la manilla para comprobar que no esté ocupado. Al constatar que la manilla da vueltas, abre la puerta percatándose de que se trata de uno de los dormitorios. No puede evitar ver a un muchachón de unos 20 años, semidesnudo en el piso, teniendo relaciones con una muchachita de no más de 13 o 14 años, la cual parece estar ebria o drogada, mientras otro muchachón a quién Arturo no logra distinguir bien, sujeta los brazos de la niña. El Joven se incorpora rápidamente al percatarse de la presencia de Arturo en la puerta, que sin poder evitarlo, ha abierto sus ojos desmesuradamente por la sorpresa. Antes que el joven pueda reaccionar, el Muchachón lo toma de la camisa fuertemente.

––¿No sabís’ que es mala onda andar metiendo las narices donde no te invitan, cabrito? –dice entre dientes, y de manera no muy amable.
––Perdón, yo no sabía... –contesta el asustado joven, sin atinar a decir nada más.
––¿Lo vas a dejar ir así no mas, "Tijera"...? –pregunta el otro muchachón con mirada cínica y burlona, a quien Arturo ahora reconoce como el “cabezón”, un jovenzuelo miembro de una banda de delincuentes, de la Población de más arriba.
––Claro, porqué no pu’ –responde el “Tijera”, sacando una cortaplumas del pantalón y poniéndola cerca de cuello del asustado muchacho–. Si el socio no es tonto, y sabe cuando hay que morir piola... ¿verdad “Tumba”?
––¿Morir qué...? –balbucea pálido el angustiado joven, mientras echa su cabeza hacia atrás, mirando de reojo la hoja del cortaplumas.
––¿Me estai’ vacilando, ‘tumba’? –responde el “tijera”, dando una mirada interrogativa al “Cabezón”, como pidiéndole su opinión.
–– “Te las vio”, Tijera, ja, ja, ja –incita de manera provocadora, el “cabezón”.
––Es que no entiendo... –se disculpa Arturo, como suplicando.
––Parece que es cierto que no entiende, “cabezón”. Me tinca que este cabrito es medio ganso. –Dirigiéndose ahora a Arturo, dice:– Me refiero a que de esto que viste, no tenis’ que abrir el “toyo”. ¿Entendís’ ahora, “Tumba”?

Arturo supone que por “abrir el toyo”, el “Tijera” querrá decir “abrir la boca”. De todos modos no piensa preguntárselo. Lo único que desea ahora, es estar lo más lejos de ahí.

––Oye, “gansito”, pégate una ‘pitiadita’ de mi ‘monito’ ¿a ver? –dice el “cabezón", ofreciendo al joven un maltrecho cigarro de cocaína, que ha estado fumando.
––¡Noo! Por favor ...no –reacciona asustado el joven–. Yo... yo no fumo...
––Pero ahora vas a fumar, pu’ “gansito” –insiste el “cabezón”, tomando de la solapa al joven, mientras trata de introducirle el cigarrillo en la boca –. Vas a ver que te va a gustar, y después nos acompañas a “sobajear” a esta minita... ¿ah?...¿gansito?...

El “cabezón” trata de bajar los pantalones al joven, quien, aterrorizado, solo atina a observar, con ojos desorbitados, cómo los muchachones parecen divertirse con su angustia.

El otro muchachón , se percata que la jovencita trata de incorporarse.

––Ya, déjalo, “cabezón”. Se nos va a “enfriar” la cabrita...
–– Te escapaste de perder la virginidad, ‘gansito’, ja, ja, ja –dice riendo el delincuente, mientras le toca sus glúteos.

El “tijera”, después de dar unas palmaditas en la mejilla del joven, quién le asegura enfáticamente que no dirá nada, le recomienda que no vuelva a aparecerse por ahí, y que de decir alguna cosa de lo ocurrido, él lo va a ir a buscar a la salida de colegio y se lo va a “echar”. Acto seguido, cierra la puerta y pasa el pestillo.

Después de la desagradable experiencia, ahora de verdad tiene enormes ganas de evacuar su vejiga. Afortunadamente ve salir a alguien, de una de las dos puertas de enfrente, comprobando la verdadera ubicación del W.C. Su cabeza da vueltas. La música estridente, el humo de los cigarrillos, y sobre todo, su última experiencia, terminan por producirle unas fuertes ganas de vomitar. Agradece que el volumen de la música amortigüe el ruido que hace al voltear su estómago. Después de salir del W.C., se dirige sigilosamente hacia la puerta de entrada, procurando no llamar la atención, especialmente de Dina, a quien ve bailando con Marcos y levantando su cabeza, como atisbando para encontrarse con él. Sin embargo no puede escapar de la mirada de la “Pita” y de Rolando, quienes aún permanecen fuera de la casa, besándose.

––¿Qué pasa, socio? ¿Ya te vas?, ¿Tan temprano? –pregunta insistente el jovenzuelo.
––Sí. La verdad es que me siento muy mal. Parece que el licor me descompuso el estómago. Es que no estoy acostumbrado –se disculpa.
––¿Quieres que llame al Marcos? –pregunta la “Pita”.
––No, no, por favor –se apresura a decir el joven–, prefiero que no lo molestes. Después de todo yo sé el camino, no te preocupes por favor. Después le dices que me fui, por favor. Gracias.
––Está bien, papito.

Arturo sabe que si Marcos se entera que se va a casa, hará cualquier cosa por retenerlo, de modo que se apresura regresando por el camino por el cual se vinieron. Consulta su reloj de pulsera. Son las once treinta de la noche.

Capítulo 4

      Al avanzar unas cuantas cuadras camino a su casa, se percata de un grupo de unos veinte jóvenes en una de las esquinas de más adelante. Temeroso, cruza hacia la vereda de enfrente para no pasar cerca de ellos. Suficiente ha tenido con el susto en la fiesta. Sin embargo comprueba con horror, que ellos también cruzan, con el fin de quedar en su camino. Por un momento se queda paralizado. Presume que si regresa el camino, será muy evidente su temor, lo cual podría alentar a los del grupo. Si vuelve a cruzar a la vereda de enfrente también quedará en evidencia. No sabe qué hacer. No tiene que pensar por mucho rato; una joven de unos 17 años, pelo largo, hermosamente negro, de pantalones de cuero y chaqueta, se acerca decidida, seguida de otros dos muchachos.

––Hola, socio. ¿Tenís’ fósforos? –pregunta mirándolo a los ojos, sosteniendo un cigarrillo apagado en su mano.
––No... no fumo. Lo siento –contesta nervioso.
––¿Vienes de la fiesta? –pregunta uno de los jóvenes que acompañan a la muchacha.
––¿De la fiesta? ¿Cuál fiesta? –responde Arturo, en una reacción instintiva de supervivencia.
––De la fiesta de la otra cuadra, donde el "pulga" pu’ socio. ¿Pa’ qué te hací’? –dice el otro jovenzuelo, mirándolo fijamente para ver su reacción.
––¿El pulga?. En serio,... yo no conozco al "pulga” como le dicen ustedes –responde nervioso.
––Oye, yo no te he visto nunca por aquí. ¿Eres de por aquí? –pregunta la muchacha, jugueteando con el cuello de la camisa del joven.
––Bueno, sí. Vivo más abajo, en la población "Norte"...
––Yo sí te he visto en alguna parte, compadre... –dice uno de los jóvenes.
––¿A mí? –pregunta extrañado–. A lo mejor en el liceo...
––¿Vo' estudiai' en el Liceo E-4, loco? –pregunta el joven que dice haberlo visto.
––Si, ¿por qué?
––Por que me cargan los locos de ese liceo, compadre –responde el jovenzuelo, adoptando una actitud sigilosa y misteriosa, lo que provoca las risitas de los demás– Los odio, compadre... con un odio así, pu' loco. Con un odio 'odiador', pu' loco –más risitas– Me gusta "echarme" a los locos del liceo, pu' loco... ¿cachai'?...

Arturo se limita a escuchar en silencio, petrificado por el miedo, mientras el jovenzuelo le acaricia la punta de su nariz con su dedo índice mientras habla.

––Ella es mi "pierna", loco –dice el muchacho, señalando a la muchacha que lo abordara con el pretexto de pedirle fósforos–. ¿Te gustaría "andar” con ella”, socio?
––¿"Andar"?
––Sí, pu' loco.
––¿Cómo “andar”?...
––Andar, pu’ loco. “Atracar”, “manosear”, “babosear”. ¿No sabís’ lo que es “andar” con una mina? –el muchacho mira a sus amigos, como incrédulo–. "Cacha" que el socio es un "loco ganso", ja, ja, ja. –los demás ríen burlonamente.
––Bueno, bueno, Claudio. ¿Y eso qué?, ¿Te la vas a pasar toda la noche hablando con el socio? –dice la muchacha adoptando una actitud de líder–. Me tenis' super lateá', ¿sabí'?. Cacha' que no estamos en una telenovela, cariño. ¿O sí?
––Oye, oye, calmao', loca’. Solo quiero saber si al socio le gustan las mujeres. ¿Me cachai’, galla? –responde con firmeza el joven, tratando de no ser amilanado por la muchacha.
––Bueno, ella es bonita, pero a mi no me gusta pololear –responde nervioso el asustado joven.
––Que bueno, por que esta “mina” es mía, loco –dice el joven, gesticulando y tocando el pecho de Arturo con su dedo índice–. No me gustaría tener que encajarte el "fierro", por pasao' pa' la punta, compadre –amenaza el jovenzuelo, mostrando su cortaplumas.
––Oye, que bonito reloj –dice el otro muchacho alargando su mano para tomar el reloj de la muñeca de Arturo–. ¿Me lo prestas pa' verlo?...
––Ey, ey, ey. ¿Que pa' loco? –se interpone el muchacho que amenazó a Arturo–. Soy yo el que está cuenteando con el socio, compadre. ¿No es cierto socio?...

Mientras el muchacho guarda su cortaplumas en el bolsillo trasero del pantalón, Arturo, trata de tranquilizarse lo mejor que puede. Ahora le gustaría tener a su papá con él. Seguro que él sabría qué hacer en estas circunstancias. El viejo siempre tenía salida para todo. Su mente se encuentra en blanco por el miedo que siente. En el fondo de su mente recuerda haber oído comentar a alguien, que ningún objeto de valor, vale la vida de una persona. Por lo que su principal preocupación ahora, es salir con vida de este difícil trance. En un momento de inspiración le viene una idea a su mente... tal vez...

––Si me permiten, me gustaría regalarle mi reloj a la señorita –dice, esforzándose por que no se note el temblor de sus manos, mientras se saca el reloj de la muñeca y se lo pasa a la muchacha, que con ojos sorprendidos por lo imprevisto de la situación, solo atina a recibirlo embobada.
––Oye, cabros –dice, con risa nerviosa, el sorprendido muchacho que inicialmente pretendía quedarse con el reloj del joven, mientras se dirige a los otros jóvenes que se han acercado al grupo–, ¡No nos habíamos dado cuenta que nos estábamos 'piteando' al viejo pascuero, ja, ja, ja.!
––Bueno, entonces me imagino que todos recibiremos regalos ¿verdad, viejo pascuero? –dice el muchacho al que llaman Claudio, y que amenazó a Arturo, mientras trata de sacarle la chaqueta.
––Déjalo, Claudio –interviene enérgicamente la joven, ante la sorprendida mirada de los demás–. Está bueno de leséo, vámonos...
––Pero Sandra... –trata de protestar el jovenzuelo.
––Dije que nos vamos. –Insiste la muchacha, en medio de varias palabrotas, al estilo del mejor carretonero (sin agraviar a los dignos representantes de ese oficio). Me cayó super bien el "mino". Es todo un caballero, no como "algunos" que se creen 'pulentos' y no saben ni tratar a las damas –dice, mientras acaricia la barbilla de Arturo.
––¡Oye, cacha' que se enamoró la Sandra, ja, ja, ja.! –dice el Claudio, sin darse por aludido, mientras los otros jóvenes celebran su comentario, y las demás muchachas no dejan de molestarlo por las palabras que le "dedicó" la joven.

Finalmente el grupo se aleja, mientras la joven a quien regaló su reloj, contorneándose al caminar, no deja de enviarle miradas coquetas y seductoras. Arturo, no puede creer que haya salido bien de esa situación. Su "jugada", fue muy oportuna y hecha a la persona precisa. ¿Habrá sido su papá quien lo inspiró?. Sea como fuere, ya pasó. Y ahora apenas puede caminar con sus temblorosas piernas.

Epílogo

    Al llegar a su casa, trata de no meter ruido para no despertar a su hermanita. Apenas puede esperar para contarle a su mamá su "experiencia". Pero, ¿será prudente contarle? ¿Y si se pone muy aprensiva y se preocupa en demasía? Es obvio que si le cuenta lo ocurrido, se tendrá que despedir de la posibilidad de ir a otro baile... De todos modos ya no está seguro si le gustará ir a otro. Igual tendrá que explicar la falta de su reloj... Podría mentirle... pero no. No le gustaría tener que mentirle a su mamá. Ella ha sido muy buena con él. Doña Ana sale del dormitorio al escuchar abrir la puerta

––¿Eres tú, hijo?... ¿Qué hora es?
––Sí, soy yo, mamá. Perdone que la haya despertado. Deben ser como las doce y media –responde susurrando, rogando que no pregunte la hora de manera más específica.
––Aah. Está bien, no te preocupes –dice bostezando–. Sabes que no puedo dormirme si tu no estás en casa, hijo. ¿Te divertiste?...
––¿Divertirme?
––Sí, hijo. En la fiesta... ¿No fuiste a la fiesta?...
––Ah, sí. Por supuesto... me divertí... mucho... creo.
––Qué bueno. Hasta mañana, cariñito.
––Hasta mañana, mamá.

Su mamá le besa la frente, regresa al dormitorio y sigue durmiendo. El Joven se saca los zapatos y se mete bajo las tapas, para evitar más trámite. Le da una reacción tardía por todo lo que experimentó esa noche, de modo que su cuerpo no deja de temblar, como si estuviera en un estado febril. Sí, es mejor dejar para mañana el relato a su madre de lo sucedido.

No puede evitar seguir pensando en los sucesos recientes. La fiesta, las amenazas del "Tijera", el encuentro con el grupo de jóvenes que se quedaron con su reloj, en fin... Demasiadas cosas para una sola noche... Pero también hubo cosas buenas: el comprobar lo cierto que eran las aprensiones de su mamá. (Claro, no todas las fiestas deben ser tan peligrosas, pero... no está de más tener cuidado... mucho cuidado. El mundo es demasiado peligroso para vivir en él, como decía su padre); el haberse salvado milagrosamente del asalto de esta noche, y... el estar vivo, por supuesto. Nunca terminará de dar gracias a Dios por haberlo acompañado en esta noche, a pesar de lo confiado que fue. Pensar que por un pelo, su madre estaría llorando ahora su pérdida. Y Marujita se habría quedado sin su hermano “pesado”, como dice ella.

Una vez superado el temblor de su cuerpo, y ya más tranquilo, se levanta casi instintivamente. Se dirige al dormitorio de su mamá sigilosamente, contempla a su hermanita dormir plácidamente en su cama. Sonríe. Cubre sus cuerpecito con la ropa de cama.

––¿Sucede algo, hijo?... –la voz de su mamá lo sobresalta.
––No... no, mamá. Sólo vine a tapar a mi hermanita...
––Ah... está bien, hijo. Hasta mañana...
––Hasta mañana.

Se dirige nuevamente a su dormitorio. Se saca la ropa y se pone su pijama. Recostado de espaldas, recuerda a su abuelo. ¡Cuánto le extraña!. Y a su padre, que en su lecho de muerte le encargara cuidar a su madre y a su hermana, ya que ahora él sería el “hombre de la casa”. Su madre trató de consolarlo recuerda, sobre su propio desconsuelo; diciéndole que la muerte finalmente nos visita a todos. Más tarde o más temprano, nos vendrá a buscar. Solo que no debemos apresurar su visita.

Por ahora, la "pálida visita", que se ha llevado a sus seres queridos, tendrá que seguir esperando, bajo la parra encaramada en la sombrilla fuera de la casa de su abuelo. Él no tiene intensiones de acompañarla todavía en sus fúnebres paseos, en busca de la gente que ha llegado al final de su camino... Y por supuesto, se la pensará dos veces antes de insistir con su mamá para asistir a otra "fiesta".

FIN