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El autor.















31 mayo, 2010

—Cacería de Pingüinos— Cuento Cap. 11

—Respondiendo a la muerte—

Cap. 11



—Pasa, muchacho –dice el de barba, con un extraño tono amable.

Entran a una oficina al final de un corredor, de paredes altas, semioscura, con uno de esos escritorios grandes y antiguos. Un sofá, grande de material sintético, se encuentra al centro de la sala. Dos sillones, también de corte antiguo, están arrimado a la pared, al lado de una mesita donde descansa un teléfono negro, pasado de moda. La única ventana, que da a la calle, lleva una cortina de lino verde, teñido, la cual el hombre de la barba cierra, aumentando la penumbra. Ya van a ser casi las ocho de la noche, según el reloj de pared. El hombre del terno se dirige a encender la luz, en el interruptor al lado de la puerta. Ricardo se pregunta cuándo comenzarán los golpes “pro-confesión”, o quizás algunas torturas más sofisticadas...

—Lleva al muchacho a la sala de al lado –ordena el de terno. El “matón” del aliento a tabaco, asiente con la cabeza e invita con un ademán, a que Ricardo lo siga–. Nosotros tenemos algo que conversar primero –dice.

—Durante unos diez minutos, los dos hombres conversan encerrados en la oficina grande. Ricardo ya no desea seguir deduciendo los acontecimientos. Prefiere esperar que éstos se desarrollen solos. De pronto siente la voz del hombre de barba...

—¿Llegó, el “Cholo”?...

—No, jefe. No ha llegado aún.

—En cuanto llegue, hazlo pasar a la oficina...

—Está bien, jefe.

Al cabo de unos cinco minutos entra un hombre...

—Ah, usted. Pase. El jefe lo está esperando...

—Espérame aquí... –dice una voz a alguien que se queda en la puerta, sin entrar...

Desde su posición no alcanza a verlo, pero su corazón casi da un vuelco cuando reconoce la voz del “cara de Segismundo”. "Cherloc", había acertado, una vez más... ¡Con toda seguridad él había sido el del llamado telefónico!. Detesta haber tenido razón... Eso solo puede significar problemas... ¡"Macabros" problemas!

—Me costó dar con la dirección... –dice en tono molesto, el cara de "Segismundo".

El hombre entra a la oficina, donde permanece por unos treinta minutos. Ricardo siente solo murmullos, pero algunas palabras alcanza a captar, al acercarse disimuladamente a la pared de madera, adyacente a la oficina grande...

“—No me gusta que me tomen el pelo....” ....”¿.... con quién están tratando? –reconoce la voz airada, del "cara de Segismundo".

“—¿Y usted sabe el riesgo que estamos pasando con recibirlo aquí? ¿Cree que nos arriesgaríamos así, si quisiéramos tomarle el pelo?.

“—Esto tiene que solucionarse, si desean que sigamos haciendo negocio, si no, buscaremos otros proveedores...

“—Dennos 48 horas. Le tendremos novedades.

“—"48 horas", "chileno"... Ni una más...

El hombre se retira después de un rato. Luego el de barba sale de la oficina...

—“Nestor”, Que venga el muchacho...

El “matón” entra, y le comunica que pase a la otra oficina. Le parece estar dirigiéndose al matadero... Pobre Camila, va a tener que criar la guagua ella sola...

Los dos hombres están sentados en el sofá. Invitan a Ricardo a sentarse en uno de los sillones. El “matón” sale del cuarto, cerrando la puerta por fuera. Algo le dice que por fin sabrá qué fue lo que pasó.

—Muchacho, –dice el de barba–. Queremos hacerte algunas preguntas, acerca de la operación de hoy día... Está demás que te digamos que el decir algo que no es, está demás en este negocio –dice en tono grave–. Los mentirosos solo alcanzan a mentir una sola vez... ¿Me entiendes, verdad?

Claro que entendía. ¡Entendía muy bien!. Sus piernas comienzan a intranquilizarse, por lo que trata de controlarse.

«Sí, señor, entiendo».

—Dime, hijo... ¿Tuviste algún contratiempo durante el transporte del “paquete”?.. –se le queda mirando fijamente.

—Que yo recuerde, nó... Nada de importancia. ¿por qué?

—Solo responde... ¿Te encontraste con alguien en el camino?

Le parece que un hielo sube por sus miembros, hasta alojarse en su cabeza, erizando todos sus cabellos... “¡Alguien gritó!”. Recuerda el juramento que le hiciera al “cabezón”: “Ni aunque me maten, se me va a caer la jeta”...

—No, con nadie... Bueno en realidad me encontré con un amigo que me saludó en el paradero del correo, pero nada más –se le ocurre decir, por si alguien lo vio con el “cabezón” forcejeando en el paradero, cuando le quitó la mochila para que lo acompañara a jugar un “fliper”.

—Qué bueno que lo dices, por que me informaron que precisamente te vieron con un joven de jean azules y una bolsa roja, conversar en el paradero... –dice el de barba, incorporándose del sofá para pararse a su lado.

¡Se felicita de haberlo dicho!...

—¿Quién era? –pregunta el hombre, poniendo una mano en su hombro..

—Un amigo del barrio... –responde, mirándolo hacia arriba. El de barba sin embargo mira hacia otro lado.

—¿Qué quería?

—Que lo acompañara a... jugar “fliper”.

—¿Y que le dijiste?

—Que no, por supuesto. Tenía que subirme a la “35” –dice, mientras piensa desesperadamente como cubrir todas las posibilidades, por si alguien los vio entrar.

—¿Y entraste?

«¡Piensa “Pilo”, ya te vieron con el “cabezón”»

—Sí, pero no a jugar, si no que me dieron ganas de entrar a “mear”.

—Y...tu amigo... ¿entró también?.

—Creo que sí... me parece...

—Sí, o no...

—Sí, si entró también, a orinar... ¿Pero por qué me hacen todas estas preguntas?

—Solo responde, hijo... ¿Quién era ese amigo?...

—Un amigo del barrio...

—Eso ya lo dijiste...¿Cómo se llama?...

—Bueno, le decimos el...”flaco”... Se llama Alejandro Frías –se le ocurre decir. Fue el primer nombre que se le vino a la mente. Será por que al Frías le dicen “flaco”...

—¿No te encontraste con nadie más?

—No. Con nadie más –No cree que desde afuera hubieran visto al “tijera”. Recuerda que cuando salieron, lo hicieron de a uno, para no ser relacionados si los veían.

—Y en el taxibús,... ¿te encontraste con algún amigo? –pregunta el otro hombre, sin moverse del sofá, cruzando una pierna...

—No, con nadie. Además no vi a nadie sospechoso –dice, tratando de impresionar.

—Está bien. Puedes irte...

—¿Puedo irme?... Es decir... ¿para mi casa? –pregunta con incredulidad y excitación.

—Si, claro. Para tu casa –responde el hombre del terno–. Mañana vamos a necesitar que vengas aquí de nuevo, como a las 6 de la tarde, después del colegio... ¿puedes, hijo?...

La amabilidad inesperada que estaban mostrando los hombres para con él, le hizo sentir más confianza.

—Sí, claro. Por supuesto...



Fin del Cap. 11

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